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LA TRIBU

Segundo año

Cuando has podido, has salido de veraneo, pero no siempre las cuentas —las cosas— salieron como las imaginaste

Antonio García Barbeito

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La frase te salió, de súbito, el primer año que te fuiste de vacaciones —es un decir— con unos amigos. Lejos, muy lejos. En coche. Un Seat 127 que un amigo se había comprado recientemente y en el que viajabais tres, tu amigo, su mujer ... y tú. Te habían hablado de lo interesante que eran las vacaciones libres en un camping, sin necesidad de tener que andar pagando hoteles caros que, además, quedaban lejos de la playa. Salisteis del pueblo un 31 de julio, con la fresca, claro. El coche, como casi todos los de entonces, sin más aire acondicionado que un abanico o la ventanilla bajada, que no sabías qué era peor. Y todo el mundo fumando. Y las carreteras de entonces. Y el coche, que el pobre hacía lo que podía. No encontrasteis en España un sitio donde no estuviera cayéndose a chorros el infierno. Cerca del mar, un camping. Tienda de campaña donde cabías cuasi como en un traje estrecho. Echaste la tranca, o sea, la cremallera, y el suelo no era más cómodo que el de la era, cuando te echabas en la siesta. Amaneciste y no sabías si volvía del sueño o de haber pasado la noche entre las piedras de un molino harinero. Se te apareció la mili cuando tuviste que ir a un aseo compartido y a retretes con vecindad de estrecho tabique. Y te salió la frase: «Ser pobre no es una desgracia, pero es muy incómodo.»

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