Piscinas
Todo el mundo debería tener acceso a una piscina, que el verano aquí ya sabemos lo que es
Jamás la palabra piscina podrá sonar con la eufonía y rotundidad que alberca. Piscina, además, significa pez, y alberca, el estanque o el charco. Así que por todas las razones te quedas con alberca. Incluso te gusta más la voz argentina para la piscina, pileta. ... Nunca te enganchó la palabra piscina, y en cambio, cuando pronuncias alberca, se te vienen a la voz y a la memoria todas las albercas que tuvieron importancia para tu niñez y adolescencia. La más cercana, la alberca de la Huerta de Mata; tras ésta, la alberca de El Molino de Roca; después, la de La Huerta de Moyano. Y la de la Huerta de don Manuel.
Resbalaba el suelo de las albercas, todo de verdina. Y las paredes, chorreando verdor en el cortinaje de las algas, pero el agua era diaria y no había que hacerle nada, que había que ver la limpieza fría con la que aquel chorro venía de la noria a la alberca. Las albercas para el riego eran la gran oportunidad de baño de los chavales, que tenían todas las facilidades si eran familia del dueño de la alberca y, si no, se la jugaban saltando vallas de huertas para, en las horas donde no había nadie cerca, zambullirse con la doble sensación del agua y de lo prohibido. La piscina, sí, es muy socorrida, que a veces, cuando el calor es un castigo, un chapuzón en esa masa de agua da la vida, rebaja la temperatura corporal y además permite ejercicios. Las albercas no tenían largura para dar diez brazadas, pero tenían el encanto frío del agua limpia y dulce, sin sabor a cloro o a sal. Cuando los sesenta empujaron en la tribu y se empezó a hablar de piscinas, las viejas albercas sintieron en sus carnes de labor de ladrillo la aspereza del cepillo de raíces y la lejía, con tal de quitarles verdor y que las niñas bien se bañaran sin pisar verdina ni que las algas les rozaran sus carnes de clase media. Pero el encanto de las albercas estaba en ese detalle, justo en ese, en la verdina y las algas. Y en el agua dulce. La alberca era como un río envasado, como si alguien lo hubiese traído a un cajón de la casa. Familiar, pequeña, fría, limpia, la alberca fue la gloria de bolsillo contra el duro calor del verano. Ahora andan miles y miles de ciudadanos esperando a ver si abren las piscinas comunitarias como quien espera un maná. Los entiendes. Todo el mundo debería tener acceso a una piscina, que el verano aquí ya sabemos lo que es. En la tribu, el que no tiene piscina propia, busca la municipal, si no quiere ir a la playa. Algunos se acordarán de las viejas albercas, aquellas que sacrificamos para darle sitio a la piscina. Y nada como una alberca en una huerta, agua dulce, limpia, fría…
antoniogbarbeito@gmail.com
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