LA TRIBU
Memoria
La memoria, a veces, es un enjambre que no nos deja en paz
Si él te la hubiese detallado, la idea de la guerra no sería la que tienes. Si él te hubiese detallado el hambre, el frío, los compañeros muertos a tiros, las penalidades en los distintos campos de prisioneros, el día que fuiste con unos amigos ... a ver la película ‘La vaquilla’ no hubieses dicho lo que dijiste al salir del cine: «Así, o muy parecida, es la guerra que me contaba mi padre.» En la película, sólo una muerte, la de la vaquilla, al final, metáfora bastante clara de la intención del director. En los relatos de tu padre, sólo la muerte de aquel muchacho desertor al que fusilaron en el patio del cuartel, pero el relato lo cortó tu padre antes de llegar a los tiros. Quizá por todo esto, la memoria que guardas de aquellos relatos no te ha amargado la vida, no te ha hecho vivir triste, o resentido, o con ganas de saldar no sabrías bien qué cuentas.
Puedes imaginar lo que sufriría un muchacho campesino obligado a la guerra, un muchacho que no tenía enemigos ni se sabía enemigo de nadie. Puedes imaginar, allá arriba, en enero, pobre de ropa, de rancho y de cama, cómo sería su vida. Pero como no tienes memoria de lo que podría haberte contado, no lo sufres, por mucho que imagines. Quizá de ahí te venga el convencimiento de que fue la mala memoria de tu padre la que te evitó siempre que a la boca del recuerdo te subieran los ácidos de la mala digestión de la guerra. Hablan de la memoria, la histórica, la democrática, la que sea, y te da miedo. Porque sabes que no se trata de honrar a unos, sino de nombrar enemigos a otros. Innecesario, muchas veces. Porque la memoria, si no es para evocar recuerdos hermosos, buenos tiempos idos, historias que nos hicieron feliz o aventuras apasionadas, o para honrar, en silencio, a gente que fue asesinada, ¿qué sentido tiene, en qué nos ayuda a vivir? La memoria, a veces, es un enjambre que no nos deja en paz. «Cuéntame cómo fue», «¿Para qué, para sufrir, si ya nada tiene remedio?» Te acuerdas ahora de una copla muy cercana: «La memoria me atormenta: / los años que dejé ir / ahora me pasan la cuenta.» Te quedas con Borges, «Qué no daría yo por la memoria / de mi madre mirando la mañana…» U otra memoria, del mismo Borges, «Qué no daría yo por la memoria / de que me hubieras dicho que me querías…» Pero no otras memorias. No hablas de aquel endecasílabo de Alcántara, a pesar de su hermosura, «Lo mejor del recuerdo es el olvido…», porque tampoco es eso. Pero hay memorias que nos perjudican, nos enfrentan, que no nos dejan seguir el camino, como si el pasado tirara de nosotros, de nuestra carne y del alma misma, con dolorosos ganchos. En estos casos, es mejor decir con el Ama de Doña Rosita la soltera: «No me levante la gasa de la pena…»