SEVILLA AL DÍA
Entre Quintana y Montero
Nuestro acento no es ni un arma arrojadiza ni un escudo para que se cubran los traidores
Ya estamos fritos con tanta simpleza, hartitos de que cada dos por tres salga a colación el temita del acento. Deberíamos dejar un par de cosas claras y zanjar de una vez por todas esta polémica estéril que aflora cada vez que alguien busca casito ... desde una atalaya de desconocimiento y prepotencia- los altares predilectos de la actualidad- o intenta refugiarse de sus pifias en la supuesta embajada de su idiosincrasia, utilizándonos a todos los andaluces para defenderse a sí mismo.
Para ello, debemos partir de una base; el número de iletrados y clasistas que nos hacen de menos por nuestra forma de hablar ya es casi directamente proporcional al de personajillos dispuestos a utilizar esto como excusa para tapar unas vergüenzas propias que nada tienen que ver con el acento. De ahí que este asunto se haya enquistado por el interés de tanto aprovechado que lo ha querido convertir en una suerte de comodín del público con el que golpear la sensibilidad más primitiva y facilona de un pueblo al que entre unos y otros lo han sumido en la confusión.
La constatación de esta teoría de la retroalimentación entre discriminadores y oportunistas la hemos visto tallada durante la pasada semana. Por un lado, tenemos a Ana Rosa Quintana pidiendo que se subtitule a Montoya, un concursante de la Isla de las Tentaciones, y por el otro a María Jesús Montero en lo de Évole- qué puntería- desplegando una autenticidad muy estudiada mientras remata el balón populista que Jordi le pone en bandeja con unas asquerosas declaraciones en las que Esperanza Aguirre, siempre tan oportuna, la imitaba.
Con todo esto, uno puede hacer un batiburrillo y pegarse golpes en el pecho, o ver las aristas y mandarlos a todos a freír espárragos. No es incompatible mostrar asombro ante la desfachatez de la presentadora que en abril no necesita traductores para pedir el rebujito y no sentir ningún orgullo por el gachón que va a hacer el bufón al programa más chabacano de la tele, perpetuando así el estereotipo del sevillano golfo y sinvergüenza. Igual que no hay contradicción en defender nuestra identidad y mondarte con la solemnidad de una tipa cuyo principal problema es lo que dice y dijo, y no cómo lo pronuncia. Ya te tiene que importar poco esa lucha para usar como coartada el seseo con el fin de encubrir tus mentiras.
Entre Quintana y Aguirre y Montero y Montoya, hay un universo fecundo de andaluces que nos sentimos honrados de nuestras raíces, que hablamos como aprendimos a hablar y nos comemos sin complejo las letras, pero que no estamos dispuestos a tragar con el desprecio de los mesetarios ni con el falso victimismo de nuestros paisanos. Nuestro acento no es ni un arma arrojadiza ni un escudo para que se cubran los traidores. Nuestro acento es una bandera, no un chaleco antibalas. Defender Andalucía no es defender a los andaluces caraduras.
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