SEVILLA AL DÍA
Prima Marta
Porta un bolso en bandolera y camina meneando el pelo como si abofeteara el pesimismo de los que circulan a su alrededor
La he visto parada en un semáforo de Reyes Católicos, mirando al móvil, esperando a que se ponga en verde. Lleva unos cascos grandes por los que suena su música, seguramente ande escuchando a Adele o a la argentina esa que le gusta tanto. ... Su sonrisa blanca la delata, lleva la esperanza que le falta al mundo tatuada en el alma, serigrafiada en las pecas que le pueblan la nariz. Porta un bolso en bandolera y camina meneando el pelo como si abofeteara el pesimismo de los que circulan a su alrededor.
Hoy no tiene clases, le toca trabajar, y eso le pone contenta. A ver, que sí, que a todos nos da pereza, ella también tiene días y días, pero desde chica ha cultivado una pasión tan desbordante que no le da cuartelillo al tedio. No va hacia Ribamar, se dirige a Plaza de Armas para coger el interurbano hasta Mairena del Aljarafe. Cuando ya va montada en su asiento, pegada a la ventana, se le ilumina el reloj. Es un mensaje de Nacho, que le desea un buen día. Durante el trayecto se envían palabras de amor, se comunican en ese idioma intransferible de los que se quieren. Emoticonos, fotos, confidencias. Sueñan con una boda allá por dosmiltreintayalgo, en su dedo lleva un anillo que él le regaló, a espaldas de sus padres, después de ahorrar mucho.
Cuando se apea, la reciben los ladrillos de caravista del Mater et Magistra, la residencia en la que curra. Se coloca su uniforme mientras habla con sus compis. Otra vez risas, más vitamina. Y vamos al lío. Por los pasillos va saludando a todos, colegas y pacientes. Al tajo. Primero el desayuno. Y ven, mira, abre la boca. Y ñam, ñam, qué rico. Repite las bromas que a ella le hacían de pequeña, se lleva la cuchara como para zampárselo y luego cambia la dirección. Las personas mayores la quieren, los más chicos la adoran. A ambos los llena de ternura absoluta, de besos y abrazos. Luego los asea, los ducha, les cambia el pañal. Le encanta pasearlos, empujar sus carros, activarles la tecla de una felicidad que solo ella sabe afinar. Va apuntando en una libreta que lleva en el bolsillo de la bata todo lo que hace para pasarlo a limpio cuando llegue a casa.
Su debilidad se llama Mariloli, una señora mayor en silla de ruedas a la que está enseñándole a bailar sevillanas. Las dos se buscan y se interpelan con las manos, sueñan con melodías que solo están en sus cabezas. Cuando la jornada concluye, va a darle parte a su orientadora, esa amiga y maestra con la que uno de sus primeros días mantuvo un diálogo que resume todo esto que les cuento. Marta, ¿tú conoces a personas discapacitadas? No. Pero, Marta, ¿tú sabes que tú eres discapacitada? Bueno, si tú lo dices… Hoy, como ella dice, es su día.
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