SEVILLA AL DÍA
Corran al Alcázar
Háganle bien a las que hacen bien. No en todos los lugares se puede comprar el sabor puro de la Navidad
Cada cual tiene sus señales para poner el ánimo a tono en los diciembres, indicios que ayudan a abrirle las puertas de casa a la Navidad. Los más comunes y precoces son esos turrones que al estirarse un poco octubre llegan a los supermercados. ... Con esto, como con el universo hamburguesa, se nos ha ido un poco la flepa. Cada vez hay más variedades y cada vez son más peregrinas y estrambóticas. O 'divertidas', que les gusta decir a los precursores de la innovación gourmet, a los que les chifla recrearse en la palabra praliné.
Los tienes de Doritos, de Pantera Rosa, de chupachups, de placton… ¡hasta de jamón!, ideal para que el cuñadismo de tu mantel pueda soltar, con el troncho en una mano y el cuchillo en la otra, cacharros como: «Para que digan que no sé cortar jamón» o «Venga, a nadie le amarga un salado, ¿eh?».
Sin embargo, en esta ciudad donde los ritos mandan más que lo pasajero y las tradiciones tiñen de rojo los calendarios, la cuenta atrás se inicia en este puente de la Inmaculada con dos hitos. El primero es sacar el Belén y los adornos. Y el segundo y definitivo es ir al Alcázar a por los dulces de conventos.
Ahí no hay tanto boato, solo la sinceridad de un pueblo atado al compromiso del incomparable sabor que amasan las manos silenciosas del amor. Las mismas manos que giran durante el año ese torno misterioso que me maravillaba de chico, que me transportaba a una peli de Indiana Jones. Las manos de la virtuosa repostería y las manos, no las olvidemos, de la infinita bondad de las del Pumarejo. Siempre dispuestas a alimentar a los últimos.
Tienen resquicios de magia las costumbres, los déjà vu que se buscan como puntos de apoyo. Entré ayer por el Patio de Banderas y allí estaba todo. Las abuelas leales dispuestas a hacer gasto para las monjitas, que pregonan que esto no se puede perder, que las pobres pasan muchas fatigas y hasta están haciendo de 'bianbí' para sacar pelas. El salón de los Tapices y las dos señoras con el chaleco reflectante custodiando las cestitas azules de rejilla. Y los stands, y las voluntarias, que son las mejores comerciales. Y las paredes con azulejos, y el sol derramándose en el suelo. Y las rosquillas, los pestiños, los huesos de santo, los corazones de almendra, los bizcochos marroquís, las magdalenas. El arsenal de artesanía celestial que viaja directo a las mesas de camilla, a los paladares en los que se activan las glándulas de la trascendencia.
Este año la Magna les ha impedido aprovechar el puente y no han vendido todo lo que necesitan. Hoy es el último día. Vayan, apuren este otro Congreso de la piedad popular. Háganle bien a las que hacen bien. No en todos los lugares se puede comprar el sabor puro de la Navidad.
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