tribuna abierta
¿La España irreversible?
En todas las revoluciones hay siempre un fermento retardatario, un espíritu arcaico que restaura con nuevos nombres códigos de conducta que un día ya tuvieron vigencia pero que ahora se venden como innovadores
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En el curso del tiempo los grandes cambios de mentalidad no suelen producirse de la noche a la mañana. Exigen un proceso de adaptación que poco a poco va sustituyendo criterios, modas y valores hasta entonces vigentes por otros nuevos que se instalan en la ... conciencia de los ciudadanos como agua mansa que va horadando los resortes más íntimos de la personalidad de los pueblos. Ni siquiera las revoluciones logran implantar de improviso los nuevos códigos de comportamiento social, de ahí que con harta frecuencia los revolucionarios impongan como novedosos formas y modelos de convivencia que en verdad pertenecen al pasado.
En todas las revoluciones hay siempre un fermento retardatario, un espíritu arcaico que restaura con nuevos nombres códigos de conducta que un día ya tuvieron vigencia pero que ahora se venden como innovadores. La más famosa de todas ellas, la de la Rusia bolchevique de 1917, fue un modo de perpetuar la opresión que el pueblo llevaba siglos soportando bajo el imperio de los zares, ahora con la sublimación casi religiosa del partido único, sacralizado con la misma unción que antes se otorgaba a la persona del zar. De ahí la facilidad con que los pueblos asumen a veces los cambios revolucionarios impuestos por los nuevos dominadores. Un sustrato de aquel viejo código instalado en la conciencia histórica de la gente propicia la aceptación del que ahora le viene impuesto como algo novedoso. Tal vez por ello mismo su reversabilidad sea más fácil, en la medida en que la imposición suele ser más violenta.
Distinto es el caso de un país en el que los cambios impuestos desde el poder se vayan sucediendo no en un arrebato revolucionario sino en el curso del tiempo, sin aparentes pretensiones de vuelco histórico pero con la voluntad decidida de transformar el tejido social desde una ideología descaradamente sectaria y a un ritmo pausado pero sostenido y contundente. En ese supuesto tales novedades, al ser más lenta y progresiva su implantación, serán también más inconscientemente recibidas como lluvia fina que va calando y haciéndolas digeribles, normalizándolas, en suma.
Éste es justamente el mecanismo que se está aplicando en la España de hoy. El gobierno central, alentado por la pulsión separatista y por sus socios más radicales de la izquierda, viene aplicando desde dentro mismo del sistema una progresiva demolición de los resortes heredados de la Transición que aseguraban la normalidad democrática y el equilibrio de poderes. La sutileza del procedimiento y el permanente disimulo con la creación de relatos legitimadores que los medios afines se encargan de divulgar juegan como factores acomodaticios que dificultan la reacción de la ciudadanía y frenan la exteriorización de las discrepancias. De forma que en el corto plazo de seis años han sido tantas las anomalías contra el orden constitucional cometidas desde el gobierno de Pedro Sánchez que no será nada fácil revertirlas el día en que cambie el signo de la política nacional.
Las interpretaciones sesgadas de nuestra Constitución, las concesiones a los socios del gobierno, el control de las grandes empresas, los intentos de intervenir en la separación de los poderes o la creación de un clima de tensión política entre los españoles están dibujando un panorama político que tensa la convivencia pero que al tiempo – y esto es lo más grave de todo- va creando una suave conformidad con los hechos consumados y una suerte de pasiva aceptación de la deriva autocrática que a todas luces muestra el ejecutivo en un proceso que va alternando sutilmente la fractura constitucional con la demagogia, el desmontaje del sistema con las concesiones y subsidios de todo tipo, el palo con la zanahoria.
Son muchos los españoles a los que hoy preocupa la eventualidad de un futuro en el que no sean fáciles de revertir algunas de estas medidas democráticamente regresivas sutilmente aplicadas por el ejecutivo bajo la bandera de un supuesto progresismo. Y al cabo nos encontrásemos con un estado de cosas en el que enderezar de nuevo el sistema sea una obra titánica que la nueva alternativa política que acceda al poder no pueda, no sepa o no quiera afrontar. Vaya usted a saber cuáles serán en ese futuros los efectos de esta malévola lluvia fina de hoy que puede dar al traste con la razonable normalidad democrática que los españoles supimos conquistar a finales de los setenta del pasado siglo. Pero el lento calado de esa lluvia no nos augura precisamente un futuro reparador.
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