TRIBUNA ABIERTA
A pesar de todo, las corridas de toros vuelven a resurgir
La seguridad con la que sus interesados detractores anunciaban un final inminente para las corridas no solo no se están cumpliendo, sino, más bien, todo lo contrario
![A pesar de todo, las corridas de toros vuelven a resurgir](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2023/07/06/montera-toros-toreo-RpROiMRI9U4WdfIhNp5kAOL-1200x840@abc.jpg)
La fiesta de los toros, tras una aberrante e injusta persecución por grupos con intenciones poco claras, vuelve a resurgir. El desarrollo de las primeras ferias del año, las más complejas y difíciles de organizar, que tenía a la gente del toro con el alma ... en un vilo porque siempre han marcado la pauta para el resto de la temporada, así parecen indicarlo. La seguridad con la que sus interesados detractores anunciaban un final inminente para las corridas no solo no se están cumpliendo, sino, más bien, todo lo contrario: los toreros vuelven a triunfar con rotundidad delante del toro; los empresarios aciertan y hacen plenos en el montaje de sus ferias, y los tendidos se vuelven a llenar de un público entusiasmado y sin complejos. La realidad no puede ser más alentadora. Cuando determinados grupos guiados por intereses económicos y sociales poco claros y de alcance bastante preocupante determinaron que para conseguir sus objetivos tenían que provocar un profundo cambio en las normas de conducta y convivencia entre el ser humano y el mundo animal, empezaron por inventar una nueva moral de hojalata capaz de convencer a los espíritus sensibleros de que el hombre venía maltratando de manera salvaje y perversa al mundo animal desde la noche de los tiempos; y que había que ponerle fin a esa situación para dar paso hacia una nueva sociedad más «progresista» y «civilizada». Para lograrlo no se les ocurrió nada mejor que proponer igualarlos entre sí -seres humanos y mundo animal- identificándolos bajo un mismo hecho lícito con idénticos o muy parecidos derechos jurídicos; llegando al disparate de extrapolar el sentir racional del ser humano al puramente instintivo del animal, como si los dos fueran una misma cosa. Lo que no está claro es si pretenden lograrlo animalizando al ser humano, humanizando al animal. Llegados a este punto concluyeron que nada mejor que utilizar la Fiesta de los Toros como la gran coartada, no la única pero sí la más sugestiva y seductora, para intentar demostrar su tesis sobre el maltrato animal llevado hasta sus últimas consecuencias. Por lo que para evitar la vergüenza colectiva de nuestro país era el deber de todos llegar a la total abolición de las corridas. Eso crearía doctrina, y les allanaría el camino. Y escuchando como llamaban asesinos a los toreros y salvajes sin sentimientos a quienes acudían a los tendidos a presenciar las corridas llevaron a la Fiesta de los Toros a un callejón sin salida que parecía conducirla a la extinción definitiva.
Pero una vez más surgió el prodigio que vino a desmontar la gran mentira que con fines bastardos estaban tejiendo en torno al toreo y al maltrato animal; que, como no podía ser de otra manera, llegó de la mano de los toreros. De nadie más. Que nadie pretenda ponerse medallas que no le corresponde. En esta ocasión capitaneados por un joven torero peruano, Andrés Roca Rey, que dando un paso hacia lo desconocido, ha sido capaz de pasar por encima de la raya roja que hasta ahora había marcado el territorio considerado del absoluto dominio del toro. Acortó las distancias y trazó en cada lance, en cada muletazo, en cada desplante… nuevas trayectorias en el conjunto que marcan la verticalidad del torero y la horizontalidad del toro que parecían imposibles. Y así sacudió con fuerza el entramado del arte de torear, que buena falta le estaba haciendo. Sabido es que la modificación de los terrenos que en cada época han ocupado toro y torero en el ruedo es el factor inequívoco e imprescindible que a lo largo de la historia, y siempre de la mano de toreros excepcionales, ha marcado la enriquecedora evolución del toreo. Que, por cierto, es mucho más que dar derechazos y naturales, como algunos creen. De otra manera, ni el Guerra, ni Joselito, ni Belmonte, ni Rafael 'El Gallo', por no seguir con una lista que se haría interminable, podrían ser considerados toreros de época, ni siquiera buenos toreros.
Así se ha entendido siempre, y así lo están entendiendo también ahora los toreros importantes -¿ocho? ¿diez? ¿tal vez algunos más?- que con el valor suficiente para apretarse bien los machos, salen a competir, cada uno hasta donde le es posible, con el torero innovador en el terreno recién conquistado al toro. Quienes, por cierto, no parecen haber entendido nada de lo que está ocurriendo, a pesar del daño moral y económico que le están haciendo al conjunto de la Fiesta de los Toros, son los que, desde fuera del ruedo y apoyándose en una estructura piramidal y una normativa reglamentaria completamente inasumible en los tiempos que corren, se consideran. y los consideran quienes les nombran, salvadores de la Fiesta y defensores de sus esencias inmutables, que en una manifestación artística en continua evolución, por definición, ni siquiera existen. Ellos ocupan los puestos en los que se deciden si el festejo a celebrar reúne o no las condiciones necesarias e incluso si la labor del torero, a pesar de lo que diga el público, merece o no ser premiada. Por cierto, en esos puesto de decisiones inapelables no figuran ni los toreros que se juegan la vida delante del toro, ni los ganaderos que los crían, ni los empresarios que se juegan su dinero, que en definitiva son los que han dado el paso para que el prodigio del resurgir de la Fiesta sea posible. Para la pirámide de mando todos ellos son meros sujetos pasivos, con lo que eso implica. ¡Increíble!. «Cuerpo a tierra que vienen los nuestros», que dijo Pío Cabanillas.
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