tribuna abierta
Profundidades de Luis Pérez-Lombard
La curiosidad innata, la vitalidad racionalista, la elegancia profunda de Luis Pérez-Lombard y Fernández de Loaysa alcanzan hoy ocho décadas de radiante vigencia
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A Amparo Martín de Oliva, in memoriam
El barroco -decía Rafael Alberti- es la profundidad hacia afuera». Cultivador de profundidades familiares, personales y profesionales «hacia afuera» ha sido siempre Luis Pérez-Lombard, arquitecto humanista. Su padre, de quien es homónimo, madrileño (gato) de nacimiento y ... andaluz de adopción, jefe de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, destacó como ingeniero industrial destinado en Hacienda, el único entonces en Andalucía, que repartía su profesión, seis meses en cada sitio, entre Sevilla y Málaga, donde nacería el joven Luis. Su madre, Victoria Fernández de Loaysa, rondeña, pertenecía a una conocida familia oriunda de Gibraltar y de Tarifa.
Pronto revelaría Luis profundas vocaciones: por el mundo ecuestre (que le llevaron a hacerse hermano de la Hermandad del Rocío de Triana), por las matemáticas, el dibujo, la estructura y el diseño, aficiones que decantaron sus estudios en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla, en la que se licenció en una de las primeras promociones. De sus profesores recuerda con especial veneración al único que hoy sigue entre nosotros: Rafael Manzano, entonces jovencísimo catedrático, que maravillaba a los discentes con una batería de conocimientos profundos de arte, literatura, filosofía, geografía e historia, que le hacían dominar datos exhaustivos de palacios y catedrales de todo el mundo, cuyas proporciones sabía con precisión cartesiana. Luis rememora ahora los preciosos dibujos a escala que, con tizas de varios colores, plasmaba el profesor Manzano en la pizarra y la pena con que recibían al bedel entre clases para disolver el encerado.
A la arquitectura consagraría Pérez-Lombard toda su vida profesional, primero como Arquitecto municipal de Camas (donde amistó con el Secretario del Ayuntamiento, padre de Manuel Ramón Alarcón, y con los toreros locales Curro Romero y el recién fallecido Paco Camino) y luego como profesional libre e independiente. En seis décadas de impecable ejercicio ha construido, reconstruido o diseñado cines, mercados, casas y edificios, apriscos, cochineras, picaderos, cuadras, cines y teatros, el mausoleo de la familia del torero el Algabeño y hasta un convento, el sevillano del Espíritu Santo, pero se quedó con las ganas -tan aficionado como es- de diseñar una plaza de toros. Hoy, con sorna y retranca, fantasea con que, el día menos pensado, vuelve al ruedo de la arquitectura y culmina la faena.
Taurino, rociero y sevillista, aficionado al flamenco y a la meteorología, labrador de tierras, cultivador de sementeras, da gusto oírle recrear el lenguaje del campo andaluz cuyo prestigio cantó Manuel Halcón, reviviendo giros y expresiones que aprendió de sus mayores («ni arre que trote ni so que lo pare») y otras que resumen su filosofía senequista de la vida («si Dios quiere, que querrá» o «lo más probable es que ya veremos», que me esgrime cuando traigo a colación la variante mexicana: «lo más seguro es que quien sabe»). Caballeroso, distinguido, representante de la vieja escuela del señorío, pasea su elegancia y su educación por tertulias varias (Pineda, Aero, Labradores), últimamente la de los «Cráneos privilegiados», fundada por Noel Rivas Bravo, inolvidable profesor hispano-nicaragüense ya fallecido, y así llamada, literariamente, en homenaje a Rubén Darío y al Valle-Inclán de Luces de Bohemia.
Hace dos años a Luis se le adelantó Amparo, compañera en el camino de toda la vida, y con razón podría subscribir el verso de Joaquín Caro Romero: «vivo en un mundo poblado de ausencias». La compañía de sus tres hijos (Luis María, Borja, Álvaro), sus nueve nietos y tantos amigos avivan cotidianamente sus ganas de vivir, su interés por el mundo y las cosas, su ilusión apacible y comunicable. Lector metódico, a primera hora de la mañana, de ABC de Sevilla, ha superado, con espíritu jovial de joven gimnasta, una compleja operación que le obligó a usar bastón, más por coquetería que por necesidad. La curiosidad innata, la vitalidad racionalista, la elegancia profunda de Luis Pérez-Lombard y Fernández de Loaysa alcanzan hoy ocho décadas de radiante vigencia. Muchas felicidades, querido Luis, por tus primeros ochenta años y los mejores deseos para los años lúcidos que vendrán. Si Dios quiere. Que querrá.
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