EL PLACER ES MÍO
La mala educación
La preferencia que sentimos por nosotros mismos es inevitable pero hay que esconderla todo lo que se pueda
Hay una mala educación evidente, estridente incluso, que hiere a la inteligencia, y también a los sentidos: la persona que arroja al suelo las cáscaras de las pipas, la que escupe en la calle, la que se quita los zapatos en el transporte público, la ... que pone los pies encima de la mesa, la que no respeta el silencio, la que se presenta en la oficina sin ducharse, la que habla con la boca llena, la que se oculta detrás de los contenedores de basura para aliviarse, la que no es capaz de expresarse sin tacos, la que mira el móvil comiendo en la mesa, la que responde a gritos… En fin, creo que no hace falta aportar más ejemplos para saber de lo que estamos hablando.
Sin embargo, hay otro tipo de mala educación que, en mi opinión, es mucho peor, porque no es superficial, sino profunda, no reside tanto en la forma como en el fondo, y no ofende sólo al intelecto y a los sentidos, sino que sobre todo agrede al espíritu, pues causa daño moral en quien la sufre. Es, de hecho, una mala educación frecuentemente disimulada por trajes hechos a medida, camisas impecablemente planchadas, zapatos lustrosos, e incluso modales sin tacha, pero no por ello deja de ser menos grotesca, menos vulgar y, valga la redundancia, menos ineducada.
Me refiero a esa clase de mala educación que consiste en exhibir en público todos los éxitos, en hablar sólo de uno mismo, y hacerlo además sin atisbo alguno de modestia, en desinteresarse y desconectar cuando no se es el centro de atención, en acaparar toda la conversación, en mostrar completa indiferencia por lo que el interlocutor tiene que decir… Seguro que el lector ha experimentado esa sensación alguna vez, después de haber intentando mostrar empatía, y atender todas las batallitas y reírle todas las gracias a un tipo que ni una sola vez, en el tiempo de conversación, o más bien de monólogo y de turra, ha sido para preguntarle por lo suyo, y, si lo ha hecho, únicamente ha servido para dejarle claro (aunque no lo haya pretendido), que su vida y sus circunstancias se la sudan completamente.
Desgraciadamente, ese tipo de actitud, que, en mi opinión, es La Mala Educación, así en mayúsculas y por antonomasia, está cada vez más extendida, alentada quizás por esas plataformas para el onanismo profesional, empresarial, ideológico y personal que son las redes sociales. Yo creo que cualquiera que orina en la calle sabe que es un desconsiderado o al menos que se está comportando como tal en ese preciso momento. Sin embargo, ese tipo de mala educación camuflada bajo buenas maneras es imperceptible para el grosero, que no es en absoluto consciente de su estrepitosa pérdida de papeles. Ahora bien, para quien la sufre es como el mal aliento, que sólo lo percibes cuando te acercas, pero cuando tienes la imprudencia de hacerlo, ya no quieres volver a repetirlo en toda tu vida. Adam Smith llevaba razón: la preferencia que sentimos por nosotros mismos es inevitable pero hay que esconderla todo lo que se pueda.
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