EL PLACER ES MÍO
Happy Team Building
Hacer el payaso delante de los compañeros no es exactamente mi idea de estrechar lazos y potenciar el compromiso de empresa
Nunca he sido muy aficionado a las comidas de empresa en Navidad, pero cuando he leído que algunas compañías han empezado a sustituirlas por sesiones de team building casi me convierto en fan. Según los proveedores de esos servicios (por la cuenta que les trae) ... y los profesionales y departamentos que se los contratan (por la cuenta que les trae también), este tipo de actividades se han convertido en la mejor opción corporativa para celebrar las Fiestas. Y no sólo porque se beba menos y la digestión sea menos pesada: la razón —aseguran— es que «refuerzan el sentido de pertenencia».
No seré yo quien manifieste categóricamente lo contrario, pues no tengo pruebas. Pero, personalmente, nada sería más demoledor para mi orgullo corporativo (amén de para mi autoestima personal) que el hecho de verme obligado a participar, de forma pasiva o activa, en una actividad lúdica o escénica de más que previsible moralina final: trabajar en equipo, vencer el miedo al cambio... Infantilizarme durante un par de horas, hacer el payaso delante de los compañeros o verme envuelto en algún embarazoso y no deseado ni consentido experimento de contacto físico o emocional con uno de ellos (sólo el sí es sí y la mía es una negativa rotunda), no es definitivamente mi idea de estrechar lazos y potenciar el compromiso de empresa.
¿Qué ayudaría más a promover tu sentido de pertenencia: una jornada de formación experiencial con los compañeros o una jornada libre para que la disfrutes como quieras? Si se pasara una encuesta interna, tengo pocas dudas de cuál sería el sentido del voto de la mayoría de los empleados de cualquier organización. No, las ganas de hacer carrera y prosperar dentro de una empresa no tienen nada que ver con esta suerte de actividades, a medio camino entre la terapia de grupo y la catequesis corporativa. Más bien, y en todo caso, tienen que ver las políticas de recursos humanos que ni son invasivas ni hacen perder el tiempo, que respetan la otra vida después del trabajo, que favorecen la famosa conciliación, es decir, que los trabajadores puedan dedicarse a las amistades y aficiones que deseen fuera de su horario laboral, y que, en definitiva, no se esfuerzan en divertir a los empleados porque, para divertirse, ya mejor deciden ellos cómo y con quién.
Pienso eso y opino también que las empresas empeñadas en convertir la cultura y los valores corporativos en el propósito y el centro de la vida de sus trabajadores, como si más que estructuras productivas fueran sectas, equivocan completamente el tiro. Las organizaciones que fidelizan no son las que tienen la vana y pretenciosa aspiración de inspirar a sus trabajadores con un propósito compartido, sino las que persiguen objetivos de recursos humanos mucho más modestos y asequibles, como promover la estabilidad laboral, estimular el mérito, premiar el compañerismo y el apoyo mutuo, e instaurar un ambiente de educación y respeto que haga agradable ir a trabajar. Todo lo demás es eso: gamificación y puro teatro.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete