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EL PLACER ES MÍO

Mi fe, mi desprecio

A quien disfraza el cálculo de rebeldía, porque con su sátira sólo puede obtener una ganancia, no cabe ofrecerle más que desprecio

Miguel Ángel Robles

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La representación de la Última Cena en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, negada y confirmada según por quién, me produce al mismo tiempo orgullo, desprecio y tristeza. Orgullo por profesar una fe que puede ser objeto de insulto sin que sus autores tengan ... nada que temer por ello. Es un lugar común en estos casos arrojar sobre los difamadores de El Evangelio el exabrupto de «el mismo valor con el Corán», pero también es exacto. Evidentemente con otras religiones no se atreven, pero eso me hace pensar no sólo en la cobardía de los supuestos valientes, sino en la superioridad moral de una religión que anticipó y afirma hoy plenamente los ideales de la Ilustración. Muchos siguen muriendo por esa fe en distintas partes del mundo, pero nadie mata por ella, ni tampoco persigue, condena, discrimina, margina, culpa, estigmatiza o segrega por no practicarla. Sería incapaz de abrazar una religión que, en pleno siglo XXI, lo hiciera.

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