EL PLACER ES MÍO
Los buenos no siempre ganan
Alegrémonos de que ganen los buenos. Pero sepamos que, sólo cuando ganan, sus méritos nos parecen indudables
Con los triunfos en Wimbledon y la Eurocopa, leeremos en estos próximos días numerosos análisis que desgranarán las claves del éxito de Carlos Alcaraz y Luis de la Fuente y trasladarán sus conclusiones a casi cualquier ámbito de la carrera profesional, la gestión empresarial o ... incluso la vida privada. Por su popularidad, el deporte se ha convertido en el gran surtidor de metáforas e imágenes para el «management» y para el «coaching», y no hay gesta deportiva que se quede sin la oportuna narrativa de ambas disciplinas.
La idea fundamental de todos estos textos que ya han empezado a llegarnos a través de los medios y de las redes es que los resultados alcanzados por estos héroes no son gratuitos ni impenetrables. Muy al contrario, nos dicen que obedecen a factores inteligibles que pueden extraerse de un análisis minucioso de sus comportamientos y de los valores que los inspiran. De modo que, aparentemente, son esas actitudes y principios (y no la mera consecución de la victoria) el objeto del elogio de los comentaristas respectivos.
Así, sobre Alcaraz, ya estamos leyendo que es la creatividad y el espíritu lúdico, la capacidad de compaginar diversión y esfuerzo, lo que le ha llevado al éxito. Del tenista murciano debemos aprender que tenemos que vivir la vida sin olvidar al niño que llevamos dentro, cultivando el desparpajo y siendo fieles a nosotros mismos. Por su parte, el éxito de Luis de La Fuente está siendo presentado como la consecuencia natural de la discreción, los buenos modales, la humildad, la moderación, el liderazgo sin aspavientos e incluso la fe en Dios.
Pero no nos engañemos. Como bien explicó Adam Smith, lo que motiva el aplauso humano no es el mérito, sino el resultado. La intención y los valores nos emocionan sobre todo cuando vienen acompañados de grandes logros. Si nos parece genial que Alcaraz intente dejadas inverosímiles, es porque le salen y gana puntos decisivos con ellas, pues, si sucediera lo contrario, lo más probable es que se la acusara de frivolidad y falta de madurez. Y si hasta los medios de izquierda han dejado en paz al entrenador riojano con sus creencias religiosas es porque la selección se ha proclamado campeona de Europa (pero que no se descuide porque seguramente se lo están guardando para la próxima).
Francamente, a mí todos estos análisis no me dicen nada. Me lo dirían si todas esas alabanzas que contienen se publicaran tras un fracaso. A la vista está que el triunfo conoce muchos caminos y no siempre son los más rectos. De liderazgos diametralmente opuestos a los que representan estos dos deportistas se han escrito halagos no menos encendidos. En definitiva, alegrémonos de que ganen los buenos. Pero sepamos que, sólo cuando vencen, sus méritos nos parecen indudables. La derrota, por el contrario, apaga y esconde la ejemplaridad. Lo difícil es reconocerla alejada de la lustrosa vitrina de los trofeos.
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