TRIBUNA ABIERTA

El amor

Suele decirse que el amor obra incluso el milagro imposible de amar los defectos de la otra persona. Yo creo que es más que eso. El amor reconfigura nuestros ideales

ABC

Miguel Ángel Robles

Tras la muerte de su segundo marido, Heinrich Blücher, la filósofa alemana Hannah Arendt pidió a su amiga Anne Mendelssohn que se fuera a vivir con ella una temporada. No soportaba la perspectiva de estar sola en casa. Una tarde, Anne salió de compras sola, ... y para no molestar a su amiga, cogió la llave. De modo que cuando regresó, entró en casa sin llamar al timbre. Al oír la puerta abrirse, y acostumbrada a pedirle a su marido que se descalzara cuando llegaba de la calle, Arendt gritó distraídamente: «Heinrich, deja los zapatos en el recibidor». Desconcertada, Anne se asomó a la habitación donde estaba su amiga para dejarse ver. Esta no respondió nada: solamente suspiró y siguió trabajando. La anécdota la cuenta Manuel Cruz en el ensayo 'Amo, luego existo'. E inmediatamente el pensamiento se me ha ido a mi madre, que se pasa las tardes abrazada al cojín que usaba mi padre para acomodarse en el sillón. También me he acordado de la madre viuda de un amigo, que todas las noches se lleva a la cama la fotografía plastificada de su marido.

Ortega escribió que «amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente». Y Gabriel Marcel sentenció: «Amar a alguien es decirle 'tú no morirás nunca'». Aquejada de una enfermedad degenerativa, André Gorz dedicó a su mujer estas emocionantes palabras: «Acabas de cumplir ochenta y dos años, te has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y sigues siendo hermosa, graciosa, deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Recientemente me ha enamorado de ti una vez más y llevo de nuevo en mí una vida desbordante que solo colma tu cuerpo apretado contra el mío». Y Unamuno aseguró: «Soy yo quien sufre cuando las piernas de mi mujer tienen dolor».

Parecería lógico pensar que un sentimiento tan abrumador (tanto como para rechazar la ausencia del otro y convertirla en una presencia intemporal, o sentir en carne propia la angustia y sufrimiento de la persona amada) requeriría de un estímulo excepcional: una pasión excitante vivida sin interrupciones. Y sin embargo, no es así. Manuel Cruz refiere también en su libro las palabras con las que el propio marido de Arendt resumía en una carta a un amigo la sustancia de su felicidad conyugal: «Cada uno se sienta en su despacho a hacer su trabajo y luego nos reunimos para comentarlo». Reconozco que, a mí, eso mismo me basta para sentirme enamorado y me identifico con Pascal Bruckner cuando escribe que el amor de pareja «es rutina, pero rutina feliz, promesa de seguridad (…), dulzura de cosas familiares, placer de encontrar cada noche al ser amado cerca de uno».

Todos los días, antes de salir al trabajo, mi mujer y yo revisamos la prensa del día en nuestros dispositivos digitales. Los fines de semana lo hacemos con más calma y nos encanta compartirnos enlaces de artículos que nos han parecido interesantes. En muchas ocasiones nos hemos sorprendido enviándonos descuidadamente los mismos contenidos. Según cuenta Manuel Cruz, Blücher y Arendt estaban de acuerdo en atribuir la clave de su relación a la sintonía intelectual y de intereses. Y el poeta inglés Milton consideraba que la esencia del amor de pareja es «una conversación continuada, variada y gozosa». Una conversación que lentamente va convirtiendo cada 'yo' en un 'nosotros' en el que, sin embargo, cada una de las identidades sale extrañamente reforzada. Para Pascal Bruckner, esa es una de las extrañas paradojas del amor: su poder disolvente y al mismo tiempo germinativo de la personalidad «que nos libera del ego machacón y nos devuelve otro multiplicado y espléndido», su condición de estímulo que nos anima a abordar en compañía, e incluso individualmente, retos ante los que nos achantaríamos sin la presencia (muchas veces silenciosa) de la pareja. Amar nos empuja a «hacer los dos lo que no osa hacer uno solo», expresa con bella elocuencia el filósofo francés.

Suele decirse que el amor obra incluso el milagro imposible de amar los defectos de la otra persona. Yo creo que es más que eso. El amor reconfigura nuestros ideales. Conocemos a una persona y empezamos amando en ella cierto ideal al que aspiramos. Sin embargo, la auténtica transformación del amor es la de convertirnos a nuevos absolutos. No solo acabamos amando a la persona, en su integridad, con todas sus luces y sus sombras, sino que nuestros valores sufren una reconfiguración completa en la adaptación a esa persona. El amor nos devuelve otro yo o quizás en realidad nos descubre el yo auténtico, al obligarnos a revisar todos nuestros prejuicios anteriores. Cuando eso ocurre, cómo no experimentar en el amor cierto sentimiento de transcendencia. Es verdad, como dice Manuel Cruz, que no hay nada más contingente y azaroso que un enamoramiento. Si lo pensamos fríamente, todos deberíamos reconocer que estamos con la persona que amamos por un sinfín de casualidades que podrían no haberse dado. Y sin embargo, no hay nadie profundamente enamorado, creyente, agnóstico o ateo, que no atribuya su relación a la ilusión de una cierta fatalidad providencial. Porque el amor nos es tan necesario que nos constituye y nos define. Tan necesario como el cojín al que se aferra mi madre. Somos a quien amamos.

SOBRE EL AUTOR
Miguel Ángel Robles

Consultor y periodista

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