El placer es mío
Nuestros amigos los perros
La tolerancia con las simpáticas mascotas ha crecido de forma inversamente proporcional a la practicada con los latosos críos
El otro día visité una playa del Alentejo en la que se prohibían los canes con un argumento muy animalista y conmovedor: podrían ahogarse. Me acordé del diplomático cartel que vi una vez en una gran superficie comercial: «nuestros amigos los perros no pueden entrar ... en este establecimiento». En la mayoría de ordenanzas municipales, las mascotas siguen teniendo restringido el acceso a las playas, pero es en vano. Si ya se les permite ir de compras, a ver quién le pone vallas al campo (o, en este caso, a la costa). Visto lo visto, habría que conformarse con que se delimitaran algunas zonas libres de ladridos. O, moderando las expectativas, con que se instaurara en agosto un día sin perros en la playa, al modo del día sin tabaco o sin coches. Dicho sea sin ánimo de sugerir que nuestros amigos los perros sean tóxicos, simplemente por descansar de ellos y sobre todo de sus dueños.
Con éstos, hace unos años, me traía unas trifulcas importantes. Especialmente en la playa canina que hay entre Isla Cristina e Islantilla (aunque hablar de playa canina hoy es una redundancia innecesaria). El caso es que en este medio kilómetro de arenal que atravieso habitualmente en vacaciones nuestros amigos los propietarios de nuestros amigos los perros han entendido que sus mascotas no sólo tienen el derecho sino también la preferencia de uso. Y antes porfiaba por hacerles ver que su derecho de acceso no es de atropello a los demás. Ahora simplemente me limito a persignarme mentalmente (externamente me da vergüenza) cada vez que veo a perros de razas peligrosas sueltos y sin bozal, lo que ocurre a diario. Aunque ya nunca discuto, a algún atento dueño que, al verme alejarme de su mascota, me ha voceado a distancia (a distancia del perro, a mi pesar) que «no hace nada», no he podido evitar responderle: «a usted, seguro que no».
Que los perros no son los compañeros de los niños, sino sus sustitutos, es algo que constato siempre que paso por esa playa canina, donde apenas hay críos. Claro que con los pitbulls, bóxeres y similares que andan sueltos por allí no me extraña que las familias con zagales además de chuchos busquen cobijo en playas más humanas… El problema es que igual llega un día en que no les permiten el paso, pero no por los canes, sino por los niños. Porque lo más paradójico es que la tolerancia con las simpáticas mascotas ha crecido de forma inversamente proporcional a la practicada con los latosos críos. Si un perro casi te lleva por delante porque va buscando como un endemoniado la pelotita que le ha lanzado su dueño, te lo fumas sin chistar y con una sonrisa: qué juguetón. Ahora bien, pruebe usted a echarse unas palas con sus hijos con unos vecinos de sombrilla cerca. O, más temerario aún, juegue con ellos un partidito con la marea baja y tenga la mala suerte de que la pelota pase cerca de un paseante. Entonces lo mejor es que haga usted lo que yo cuando veo al puñetero dogo campando a sus anchas por la orilla: santígüese y que sea lo que Dios quiera.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete