el placer es mío
Accesibilidad peatonal
Por Jáuregui, Águilas o San José, quien llega a pie hasta el centro, o sale de él, es un intruso acosado por el transporte privado y público
Cada día salgo del centro y vuelvo a entrar, y lo hago después de caminar una hora de ida y otra de vuelta. No sé si mejorando mi salud o poniéndola en riesgo. Bueno, tampoco quiero exagerar. La accesibilidad al centro para el peatón no ... es misión imposible. Pero tiene su aventura. Es regular tirando a complicada llegando por la Puerta Osario y la Puerta Carmona, donde, con mala suerte, un coche puede rebanarte la oreja. Un poquito más tranquila por la Puerta la Carne, sobre todo si callejeas por Santa Cruz. Bastante más apacible por Puerta Jerez, pasando por alto lo de las bicis y patinetes que tienen autorizado el paso y creen que tienen la preferencia. Y nuevamente regular desde Puerta Real y la Barqueta. En la mayoría de los casos, no se juega uno el pellejo, pero dista mucho de ser una experiencia placentera.
Andar, nos insisten, es fantástico para el cuerpo y para la mente. Pero a nuestras autoridades políticas locales esa unanimidad científica se la ha pelado bastante. Sus políticas de movilidad no han promovido nunca que la gente pueda entrar y salir andando cómodamente del centro. Al contrario, su preocupación ha sido la de garantizar la accesibilidad en vehículo (público y sobre todo privado) de quienes perfectamente podrían entrar a pie. Es como si la democracia en clave local se hubiera asimilado a que todo el mundo pueda llegar al centro transportado, sin mover el culo hasta ponerse en la misma Campana. Por eso, aquí, cada anuncio de peatonalización es con la boca chica y casi pidiendo perdón. Hoy sólo un primer avance y ya mañana más. Pero mañana es nunca. Porque, en el fondo, no se trata de garantizar que las personas mayores e impedidas puedan salir y entrar del centro, sino que puedan hacerlo todas, también las que podrían llegar caminando un poco pero prefieren entrar en coche hasta la cocina.
La OMS recomienda caminar unos diez mil pasos diarios, pero en Sevilla no tiene quien la escuche. Nuestra perspectiva urbanística de la accesibilidad relega a la última prioridad la forma más económica, saludable y ecológica que existe de llegar a los sitios. En nada se piensa menos que en el peatón. Incluso cuando se apostó por el carril bici, que fue una cosa estupenda, se hizo a costa de quitarle sitio. Por Jáuregui, Águilas, San José, Alfonso XII o Calatrava, quien llega a pie hasta el centro, o sale de él, es un intruso acosado por el transporte rodado.
No me parece que la plataforma única anunciada entre el Duque y Ponce de León vaya a cambiar todo esto sustancialmente. Es más, si no se acompaña de una limitación drástica del acceso intramuros de los coches, sólo servirá para desviar el tráfico a las calles aledañas de esa gran vía semipeatonalizada. Lo que las convertirá en una ruidosa ratonera de coches atascados y vecinos hasta las mismísimas narices de su ayuntamiento. También es verdad que por algo se empieza. A ver si efectivamente es el preludio de una decidida peatonalización del centro. Pero cuesta creerlo.
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