EL PLACER ES MÍO
La abolición de la esperanza
Lo más bajo nos parece lo más alto. Lo peor, lo mejor. El nuevo final feliz es la vida malograda
Hace unos días mi hijo mayor me descubrió 'Caballero sin espada', una película de Frank Capra que no conocía. Al acabar de verla, pensé que hoy sería imposible una trama así, entre otras razones por el desprecio intelectual que sufre toda narrativa con final feliz. ... Y esta obra del cineasta ítalo-estadounidense se cierra con un desenlace que restaura la confianza en la condición humana.
Nuestra visión de la vida está marcada en la actualidad por la falta de fe en nuestras posibilidades. Todo ideal relacionado con el amor, la amistad, la familia, no digamos la política o la empresa, aparece fatalmente vinculado a un desengaño ineludible. El amor es eterno mientras dura. Cualquier entendimiento entre padres e hijos es provisional e ilusorio. La amistad es el nombre eufemístico del interés. La política es la tramoya de la corrupción. Cada contrato es un intento de expolio encubierto. Podría decirse que la única creencia aceptable es la descreencia.
No estoy cuestionando el pensamiento crítico, que atraviesa de hecho todo el guion de 'Caballero sin espada', como el de muchas otras cintas clásicas que señalaron las grietas de la democracia: legislación al servicio de los poderosos y políticos aferrados a sus privilegios, entre otras lacras. La novedad no es, por tanto, la denuncia de los vicios ocultos del sistema. Lo distinto de la narrativa actual es la clausura de cualquier posibilidad de redención, la abolición de la esperanza, la fe ciega en la decepción.
El nuevo final feliz es la vida malograda. El nuevo héroe, el hombre atormentado y frustrado. No hay más salvación posible que saberse condenado. Toda alternativa al escepticismo desemboca en más cinismo. Si estás limpio es porque no te han puesto nunca un sobre de dinero por delante. Si has sido fiel, es porque nunca te han tentado. Si tus hijos aún no te han desahuciado, espérate a estar en silla de ruedas. El hombre actual no cree en la realización del ideal y por tanto no cree en ideal alguno. Su atención y su contento están en lo cutre, en todo lo peor que hay en la vida, no porque quiera transformarlo, sino porque se ha convencido de que no tiene transformación posible. En vez del «¡qué bello es vivir!» que proclamaba Capra, la sentencia del momento exclama con semejante énfasis: ¡la vida es una puta mierda!
Y así, por la vía del desencanto, lo más bajo se ha erigido en lo más alto. Lo peor, en lo mejor. Lo (tristemente) empírico, en lo soñado. Realismo y utopía ya no colisionan: se funden en la misma admiración por lo sórdido. El nuevo Quijote quiere a Dulcinea sólo para dejarla tirada. El caballero sin espada no existe y, si existiera, su destino inevitable (y merecido, por crédulo), sería el vapuleo político y judicial. 'House of Cards' cerró el círculo hace años. Sólo en lo soez hay verdad. Únicamente en lo despreciable encontramos placer. Lo sucio y lo innoble son inspiración y aspiración. Degradarse es sublimarse. Sufrir es gozar.
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