SEVILLA AL DÍA
La vida de rico
Lo que sube ya no baja, por más que nos cuenten milongas, y por los 50 euros que antes llenabas el carro de la compra ahora sólo consigues tres o cuatro apaños
ANDO en estos días aprovechando el silencio nocturno de mi casa para ver otra vez los capítulos de 'Cuéntame' que repiten como letanía en un canal que de mañana pone dibujitos y de noche series de culto. Esta semana ha tocado esa primera temporada ambientada ... a finales de los 60, en la que Antonio Alcántara está a punto de entrar en un negocio de su admirado don Pablo que resultó ser un pelotazo urbanístico que casi lo lleva a la cárcel. En cada escena se ve cómo pasan los años y los problemas son los de nuestros días: falta de vivienda para jóvenes, de un empleo digno, conflictos familiares y, sobre todo, unos precios que se disparan para no volver a bajar.
El otro día, antes de que me venciera el sueño, contemplé una conversación entre Mercedes y su madre, abuela de España. Ella quería abrir una tienda de moda y la siempre sabia doña Herminia le quitaba la idea de la cabeza. «No está la cosa para derrochar el dinero», insistía, argumentado con asombro que ese día le habían pedido 15 duros por un kilo de patatas. Era la España en la que Salomé acababa de ganar Eurovisión y que intentaba parecerse cada vez más a una Europa que quedaba tan lejos como los sueños de progreso a los que aspiraban las ingenuas nuevas generaciones.
Hoy, afortunadamente, la vida es otra y tenemos a nuestro alcance una serie de avances que nos han permitido crecer como sociedad. Pero lamentablemente seguimos padeciendo problemas que se parecen mucho a los de aquella mítica familia televisiva. ¿Recuerdan cuando subió el precio del aceite y nos dijeron que volvería a bajar? Pues aquí seguimos, pagando casi 10 euros por litro de un producto básico que es bandera de la dieta mediterránea. La cesta de la compra está a un nivel tan inasumible que por los 50 euros que antes llenábamos un carro al completo hoy sólo tenemos para tres o cuatro apaños y ni un sólo capricho. Pero lo peor es que ya nos hemos acostumbrado.
Esta semana paseaba por el Centro y paré a tomar un café junto a la Plaza Nueva. Cuando pregunté al camarero por la cuenta me dijo que a los turistas le cobraba 2,5 euros por el mismo cortado con una gotita de leche que a mí me costó 1,5 euros. Aquí, como ven, todos se suman al carro de la inflación desmedida. «Hay que pagar las facturas», me dijo el avispado hostelero. Todo funciona ya de este modo, hasta la vivienda. Es imposible encontrar en Sevilla un piso de segunda mano por menos de 300.000 euros que esté en condiciones para que se mude una familia. Sé de lo que les hablo. Y luego, súmenle a eso los gastos de la hipoteca, lo que se llevan los bancos y las reformas del «pues ya que estamos». En fin, debe ser muy bonita la vida de rico que a nosotros nos queda tan lejos. Qué sabía fue doña Herminia cuando dijo que la cosa no está para derroches.
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