puntadas sin hilo
El voto de Felipe
Se vota para decidir el futuro del país, no para reafirmar un sentimiento
Escuchar (o leer) a Felipe González es un ejercicio de añoranza. No tanto por aspectos concretos de su gestión al frente del Gobierno –en la entrevista de ayer en ABC hablaba con orgullo de la integración en Europa o la Expo-92, pero omitía aspectos ... como la corrupción o la politización del la Justicia, porque no hay que olvidar que los lodos actuales provienen del polvo felipista– como por aquel tiempo en el que el PSOE era un partido con sentido de Estado que anteponía la estabilidad nacional a su propio interés. Felipe cedió el Gobierno a Aznar tras lograr el 37,63% de los votos; Sánchez gobierna con el 31,68%. González revela a Ignacio Camacho cómo Helmut Kohl le sugirió buscar mayorías alternativas con Pujol o Izquierda Unida tras perder por un punto en 1996, y el expresidente subraya tajantemente que «nunca se me ocurrió hacerlo. Nunca es nunca». Toda una bofetada a Pedro Sánchez.
Realmente Felipe fue un exitoso paréntesis en la historia de un PSOE que con Rodríguez Zapatero empezó a desandar el camino que había recorrido el líder sevillano para consolidar al partido como una fuerza mayoritaria en la sociedad española, alejado del extremismo que había defendido históricamente. Reivindicó un socialismo de estética obrera y mentalidad liberal, mucho más inspirado en Indalecio Prieto que en Largo Caballero. Con Zapatero el socialismo recobró su espíritu más radical, y desde entonces ha ido cediendo el centro electoral y construyendo una estrategia de poder desde la izquierda, ya sea acaparando voto o pactando con partidos extremistas. En la entrevista de ABC González hace bien poco por ocultar su aversión al dirigente que cambió el rumbo del PSOE y le alejó de la socialdemocracia que con tanto ahínco había defendido su antecesor socialista en la Moncloa.
Las declaraciones de Felipe –que tiene, por cierto, un año más que Biden– demuestran su talla de estadista y son un ejercicio de coherencia excepto en un detalle: la confesión de que sigue votando al PSOE a pesar de sus profundas discrepancias con las decisiones de Pedro Sánchez. No es un caso aislado en la vieja guardia socialista, porque Alfonso Guerra o Pepe Rodríguez de la Borbolla, quienes tampoco han ocultado sus diferencias con el actual gobierno, también han señalado que siguen apoyando en las urnas a su partido. No hay lógica alguna en votar a favor de algo con lo que se está en desacuerdo. Es congruente mantener la militancia como manifestación de un compromiso que va más allá de las coyunturas eventuales y para ejercer una voz crítica ante la dirección, pero el voto en las elecciones genera un vinculo de responsabilidad del ciudadano con el programa de gobierno al que apoya. Si Felipe no comparte los criterios de Sánchez no debería respaldarle en las urnas, porque su papeleta le convierte en partícipe del dislate que él mismo critica. Se vota para decidir el futuro del país, no para reafirmar un sentimiento o el vínculo emocional con unas siglas. El pasado julio ya se sabía lo que iba a hacer Sánchez; si Felipe le votó, sería más honesto que guardase silencio.
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