Puntadas sin hilo
Vivan los novios
Sevilla y Bilbao están hoy menos alejadas que antes de la final
Ninguna de las costosas campañas de imagen del Gobierno vasco podrá alcanzar el impacto de esa algarabía espontánea que los aficionados del Athletic dedicaron a la pareja de novios que salía de la Catedral de Sevilla en vísperas de la final de la Copa del ... Rey. Aquella anécdota simbolizó la comunión entre la afición bilbaína y la capital andaluza, una ciudad que recibió con cierto reparo a las hordas rojiblancas y que terminó viendo con simpatía el alegre éxodo norteño en lo que podría ser, como diría Bogart, el comienzo de una hermosa amistad.
En una ciudad tan tradicional como Sevilla lo de los novios no es cosa menor, no crean. Las bodas en la seo hispalense se cierran con muchos meses de antelación, y el azar quiso que los recién casados tuviesen que compartir con una marabunta foránea uno de los momentos más señalados de su boda, la salida de la iglesia. En pleno corazón de la ciudad se simbolizó el choque de trenes que conllevan estos eventos multitudinarios, el conflicto entre el desempeño de unos ciudadanos que no quieren alterar su vida cotidiana y los visitantes que toman las calles en un fin de semana de farra. Allí pudieron pasar tres cosas: que se cruzaran palabras mayores entre los chaqués y las camisetas del Athletic; que se ignorasen mutuamente o que se compartiese la guasa y la fiesta. Y ocurrió esto último.
La gran sorpresa de los sevillanos en esta Copa del Rey ha sido descubrir que el carácter de los vascos no se corresponde con el tópico que dibujan los estereotipos territoriales y la hiperpolitización de nuestra sociedad. El imaginario colectivo hispalense esperaba el desembarco de una tropa arisca e introvertida que iba a visitar Sevilla a disgusto, como si fuera un molesto peaje impuesto por la autoridad estatal para asistir a la final. Más de uno hubiera apostado los ahorros para la Feria a que los vascos se iban a negar a beber Cruzcampo o que no hablarían una sola palabra que no fuera euskera. Sin embargo, nos encontramos con una afición que vino a disfrutar de la ciudad, de su clima, de su gastronomía, y que vivió el desplazamiento a Andalucía como un premio añadido al futbolístico. Causaron molestias, claro, porque una masa de 80.000 personas no pasa desapercibida, pero la mayoría de los sevillanos vio con simpatía y un punto de envidia el jolgorio rojiblanco. La ausencia de incidentes significativos avala estadísticamente esta percepción. No en vano sevillanos y vascos comparten un gen más potente que el RH: el de saber cómo disfrutar de la vida.
La actitud de los recién casados de la Catedral resume cómo vivió la ciudad la invasión: primero quedaron atónitos y casi asustados ante la multitud, luego sonrieron ante la muchedumbre que aullaba «son del Athletic, los novios son del Athletic» y acabaron botando con los cánticos y gritando aúpa. Es indudable que, además de un trofeo más en las entrañas de San Mames, la Copa ha propiciado un acercamiento entre dos ciudades que hoy están menos alejadas que antes de la final. Si esto es el principio de un romance, solo queda decir que vivan los novios.
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