Puntadas sin hilo
El sandwich de la vida
Los amigos cincuentones estamos atrapados en una doble dependencia, la menguante de nuestros hijos y la creciente de nuestros padres
Últimamente no hay reunión de amigos en la que no acabemos hablando de la salud de nuestros padres. La mejora de la esperanza de vida ha provocado que la mayor parte de los 'babyboomers' –la generación nacida en los 60 y los 70– mantengamos al ... menos a uno de los progenitores con nosotros, por lo que la atención a los mayores se ha convertido en una de las principales preocupaciones. Casi sin darnos cuenta volvemos a hablar de pañales, de internas, de citas con el especialista y de cremitas para el culo. La sensación es de 'dejà vu', porque los mismos amigos volvemos años después a compartir el mismo desasosiego de cuando criábamos a nuestros hijos. Somos las mismas personas comentando similares inquietudes, pero con el paso de los años marcado en nuestros rostros.
En el fondo, la vida se reduce a dar y recibir cariño. A cuidar y que nos cuiden. Hay una especie de contrato natural que regula un intercambio de cariño generacional en virtud del cual durante la infancia recibimos un préstamo de afecto que debemos devolver a nuestros padres en su vejez. No es una obligación, sino una necesidad. Todos estamos llamados a participar en la cadena que mueve el mundo desde el principio de los tiempos, según la cual nos cuidan para que podamos cuidar. Este proceso de protección mutua se repite invariablemente como una ecuación cósmica: nos cuidan nuestros padres, cuidamos a nuestros hijos, cuidamos a nuestros padres, nos cuidan nuestros hijos. La fórmula de la vida.
Los amigos cincuentones que hablamos de gerontología entre cerveza y cerveza nos sentimos ahora como el jamón del sandwich. Estamos atrapados en una doble dependencia, la menguante de nuestros hijos y la creciente de nuestros padres. Edipo resolvió el acertijo de la Esfinge sobre cuál es la criatura que por la mañana camina a cuatro patas, al mediodía en dos y por la noche en tres. Pero se le olvidó matizar que el tiempo que camina sobre dos patas se lo pasa vigilando primero que no se caiga el de cuatro y después el de tres. En la vida adulta pasan muchas cosas, pero en realidad todo se reduce a esas dos grandes empresas, enseñar a los que vienen y acompañar a los que se van, para que el ciclo se vaya repitiendo indefinidamente.
Lo que ocurre, y eso ocupa también muchos minutos en nuestras cervezas gerontológicas, es que la vida moderna complica notablemente la ejecución de este círculo vital. La mayoría de nosotros tiene a los hijos estudiando fuera, y las posibilidades de que puedan establecerse en Sevilla son remotas. En la generación que sigue a la nuestra el problema es aún mayor, porque ni siquiera tienen hijos. La rueda de los afectos heredados tiende a romperse y el sandwich va camino de convertirse en un simple tostada, porque le falta uno de los lados. Dicen los economistas que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros. No lo sé, pero estoy seguro de que nosotros vamos a tener peor vejez que nuestros padres.
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