Puntadas sin hilo
La pornopolítica
Han ideado un modelo de gestión desprovisto de moralidad en el que se exhiben actuaciones impúdicas
El Ministerio de Igualdad lleva a cabo estos días una ambiciosa campaña en los medios de comunicación en la que, bajo el eslogan de 'Vamos a hablar de pornografía', pretende advertir a los padres del creciente consumo de este material en los menores y fomentar ... en el ámbito familiar «una educación afectivo-sexual positiva». Según los datos ministeriales, el 68,2% de los adolescentes ha visto porno el último mes, pero el 90% de los padres no cree que sus hijos consuman estos contenidos en internet (es probable, 'sensu contrario', que el 90% de los adolescentes tampoco crea que sus padres ven porno, pero no seré yo quien me meta en ese jardín). En cualquier caso la iniciativa me parece digna de aplauso, que no todo va a ser criticar al Gobierno. Es evidente que el desarrollo de las telecomunicaciones y el acceso a teléfonos móviles a edades cada vez más tempranas ha acercado este material de adultos a menores que no están preparados para su consumo, y las administraciones apenas hacen nada para poner coto a una tendencia que no solo supone una grave amenaza para la salud emocional de los niños, sino que a buen seguro tiene una incidencia directa en el constante incremento de agresiones sexuales.
Estas campañas son necesarias, pero lo más importante es dar ejemplo. Es paradójico que se preocupe por el daño moral que la pornografía ocasiona a los jóvenes un Gobierno que tiene como hombre clave de la cocina del poder al exportero de un puticlub, y cuyo 'exnúmero 3' se paseaba con una llamativa rubia de alquiler a la que había puesto un chalet mientras su chófer recibía transferencias de Bizum con conceptos como –perdón por la literalidad– 'la puta del otro día', 'fiestas' o 'mamadas'. Por no hablar del notable prestigio en el sector del proxenistismo, logrado tras invertir muchos miles de euros de fondos públicos, de personajes como el 'Tito Berni' o el director de la Faffe.
Pero la pulsión pornógrafa de este Gobierno no se limita a una serie de personajes chuscos que han encontrado en la vida pública el ecosistema ideal para enriquecerse y satisfacer vicios a costa del contribuyente. Afecta también a la propia forma de gobernar, en la que hay mucha más zafiedad que erotismo. Han inventado la pornopolítica, que es un modelo de gestión desprovisto de moralidad en el que se exhiben actuaciones impúdicas. Casi todo lo relacionado con Sánchez es pornográfico, si se admite un sentido desexualizado del término: el intento de pucherazo en el Comité Federal del PSOE, la tesis plagiada, los pactos 'frankenstein', la amnistía catalana dictada por los reos, la Ley de Seguridad de Bildu, el blanqueo de etarras, los negocios de Ábalos y Koldo, la cátedra de su mujer, sus cartas a la ciudadanía... Es una nueva política desvergonzada que no respeta ninguna barrera ética y que parece obligada a lograr, como en las películas del género, que cada revolcón supere al anterior. Un estilo testosterónico en el que la única norma es que no hay normas. No descarten que cuando caiga Félix Bolaños le sustituya Nacho Vidal.
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