Puntadas sin hilo
Pagar la cama
La coincidencia de los reparos a la tasa turística con la decisión de cobrar a los andaluces por entrar en sus museos es un error de libro
En política se pueden tener buenas y malas ideas, lo importante es no perder el sentido de la oportunidad. Una buena idea puede resultar contraproducente si se gestiona indebidamente y una mala idea puede acabar siendo productiva si se presenta en el momento oportuno. Parece ... razonable que el Gobierno andaluz, los empresarios y los alcaldes hayan optado por la prudencia y decidido retrasar el debate sobre la implantación de la tasa turística hasta que se recaben más datos sobre su impacto en un sector fundamental para la economía regional. Ni la Junta ni la patronal tienen demasiadas ganas de pegar a los turistas más sablazos de los necesarios, mientras que los alcaldes, que son quienes pagan el desgaste por la invasión de foráneos, están ávidos por sacarle punta a una cuestión que les da constantes quebraderos de cabeza. La democratización del turismo desnaturaliza los centros urbanos y genera problemas de convivencia ante los cuales los ciudadanos acaban mirando al Ayuntamiento. Personalmente, opino que si los turistas están dispuestos a pagar 40 euros en el barrio de Santa Cruz por un mejunje de paella plasticosa, no creo que dejen de venir porque en el hotel se les cobre un impuesto de seis o siete euros por noche.
Bien está, empero, que se le dé patada a seguir a la tasa turística hasta que se evalúe con detalle su impacto sobre la gallina de los huevos de oro. Aceptemos incluso que la estrategia dilatoria se ejecute a través de un observatorio, sinónimo de chiringuito ineficaz que sirve para colocar a amiguetes varios. Todo sea por salvaguardar el turismo que mueve nuestra economía. Pero lo que supone un error de libro es hacer coincidir los reparos a la tasa turística con la decisión de cobrar a los andaluces por entrar en los museos. Por muchos matices que se le quiera poner a la cuestión –los turistas ya pagan por entrar en museos y monumentos–, el mensaje que se traslada al personal es que el bolsillo ajeno hay que cuidarlo pero al autóctono se le puede machacar. En un momento en el que muchos ciudadanos empiezan a ver a los visitantes como enemigos antes que como aliados, la inoportunidad de esta coincidencia echa gasolina al fuego de la turismofobia que se va propagando poco a poco por la sociedad andaluza.
Mientras haya vuelos de Londres a Sevilla que cuestan menos que el Damas a Chipiona y apartamentos en los que duermen quince mochileros en dos dormitorios el turismo va a seguir masificado. Y es difícil que el vecindario no contemple las hordas de visitantes con chanclas y calcetines como invasores que destruyen la esencia de la ciudad. La Junta no puede hacer pagar a los andaluces en los museos un dinero que no quiere cobrar a la marabunta en los hoteles, porque transmite la impresión de que, además de estar jodidos, los ciudadanos deben costear la cama. Bastante aprieta ya doña María Jesús Montero para que encima traten de cobrarnos como a chinos.
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