puntadas sin hilo
Expectativas
El líder del PP ha obtenido una victoria decepcionante, que es mucho peor que una derrota
La gente joven no lo sabe, pero hace cientos de años, antes de que se inventase Tinder, los jóvenes acudíamos a las discotecas para intentar ligar. Las aplicaciones telefónicas han minimizado el riesgo del cortejo, pero por aquel entonces la noche ofrecía un amplio abanico ... de posibilidades que oscilaba entre la puerta grande y la enfermería. La ponderación del éxito o el fracaso, sin embargo, dependía de una cuestión de expectativas, de forma que si uno salía con perspectivas de triunfo clamoroso lo normal era no llegar a rozar siquiera el listón, mientras que esas noches que se presentaban con menos futuro que un libro de autoayuda de Kiko Rivera a menudo terminaban con balance positivo porque se lograba superar las funestas previsiones. Así, era la idea preconcebida, a menudo sustentada sobre premisas absurdamente falsas —por ejemplo, que la chupa de cuero que estrenábamos nos convertía en Travolta—, la que determinaba la percepción final, más allá de los logros objetivos. Amigos míos de incuestionable atractivo, con grandes tardes de triunfo a sus espaldas, guardan un recuerdo insatisfactorio de su adolescencia porque sus conquistas nunca les parecieron suficientes, mientras que los que éramos conscientes de nuestras limitaciones todavía rememoramos con los vellos de punta las contadas ocasiones en la que hicimos sonar la música en la plaza.
La depresión que ha provocado el resultado de las elecciones generales en la derecha española es una cuestión de expectativas. Sus políticos llevaban meses hablando del despeñamiento de Pedro Sánchez como un hecho tan incuestionable como que al día siguiente de los comicios iba a salir el sol. Los periodistas hacíamos conjeturas de quiénes iban a componer el gobierno de Feijóo en un bucle de imprudencia alimentado por los sondeos demoscópicos, convertidos en dogmas de fe. Feijóo llegó el domingo a la sede del PP con el mismo porte gallardo y la misma convicción irracional del triunfo con la que los jovenes llegábamos a la discoteca en las noches de los grandes fiascos. Quizás incluso llegó a murmurar la frase fatal: «esta noche mojo seguro».
El líder del PP ha obtenido una victoria decepcionante, que es mucho peor que una derrota. No ha gozado siquiera de la épica del perdedor, esa aureola bélica que embellece la imagen del caído en combate. Al derrotado le cabe la opción reparadora de la revancha; al vencedor insuficiente ni siquiera eso. Muy fino debe hilar ahora el líder popular para recuperar la ilusión de su tropa y rehabilitarse como alternativa al doctor Frankeinstein. Javier Arenas nunca se recuperó del resultado de las autonómicas de 2012; el expresidente gallego deberá recomponer la figura y acertar en los mensajes de los próximos días si quiere salir de la discoteca con una chati cogida del brazo.
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