PUNTADAS SIN HILO
España rota
La amnistía no es una negociación para solventar el problema ancestral del nacionalismo catalán, sino una claudicación ante los independentistas
Los jóvenes han puesto de moda un anglicismo, 'red flag', para referirse a lo que siempre han sido líneas rojas, es decir, límites que uno no está dispuesto a traspasar y cuya violación implica irremisiblemente un conflicto. La sesión de ayer en el Congreso de ... los Diputados es una 'red flag' en la democracia española, un punto de no retorno tras el que no hay diálogo posible. Pedro Sánchez ha abocado al país no solo a una fractura política sino, lo que es mucho peor, a una fractura social.
Argumenta el PSOE al traspasar la línea roja de la Ley de Amnistía que la única vía para solventar el problema de los nacionalismos es el perdón. Estoy de acuerdo, y me pongo el primero de la lista para absolver a los promotores de la insurrección del 7 de octubre. Pero, además de la voluntad conciliadora del ofendido, la reconciliación exige que los ofensores muestren su arrepentimiento y el compromiso de no incidir en la ofensa. En el caso de Cataluña nadie ha pedido perdón –como tampoco ocurre en el terrorismo etarra– y no solo no han renunciado a repetir su desagravio, sino que anuncian que volverán a intentarlo en cuanto tengan ocasión. La Ley de Amnistía, por tanto, no es una negociación para solventar el problema ancestral del nacionalismo catalán, sino una mera claudicación ante los independentistas.
Tras el pleno de ayer España queda rota, y lo peor de todo es que se rompe para nada. La única finalidad de la oprobiosa votación es que Pedro Sánchez se mantenga en el cargo. No se hace por ideales o convicción política, sino por mero mercantilismo. No es un peaje para implantar una gestión, porque el sanchismo no gobierna, solo ejerce el poder. La Ley de Amnistía es el pago de una legislatura huera cuyo único fin es la supervivencia política del presidente del Gobierno. Sánchez vende a España para salvar un Ejecutivo inoperante en el que está a merced de unos socios que no le van a dejar más margen de actuación que la consecución de sus objetivos secesionistas. El fracaso de los dos intentos de leyes de la semana pasada, una de ellas rechazada en la Cámara y otra retirada a última hora para evitar una segunda humillación, define nítidamente la dantesca realidad de la gobernabilidad española: un presidente con las manos atadas, zaherido por sus propios valedores, que concibe la política como un ejercicio de supervivencia en el que el cualquier medida es válida para mantenerse en su cargo, incluida la eliminación de la división de poderes que sostiene todo el sistema democrático.
Hay una frase que resume la trayectoria de Pedro Sánchez: no se atreverá a eso. Ha demostrado sobradamente que sí se atreve, a lo que sea. No es osadía, sino una desesperación ególatra en la que su destino prevalece sobre cualquier consideración general. Por eso lo peor de la Ley de Amnistía no es la infamia del presente, sino la incógnita del futuro inmediato.
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