puntadas sin hilo
Lo que el Betis ha unido...
La desgracia es que lo que reúne a políticos de diversa ideología sea un club y no el interés de España
Al Betis se le puede amar u odiar, pero nadie puede negar que es un club singular. Quién ha rifado una vaca para subsistir lleva incorporado el gen de la resiliencia, que es como llaman ahora los cursis al arte de no rendirse y buscarse ... la vida. Pocos equipos han llorado tantas veces de alegría y de pena; doce ascensos y doce descensos jalonan su centenaria historia. No tiene un palmarés tan impresionante como otros equipos españoles, pero tampoco lo echa demasiado en falta porque al Betis le adorna su propia grandeza. El bético presume de otras cosas, desde ser el único club que ha sido campeón en primera, segunda y tercera división a la ascendencia romana del nombre. De ser el primero que consiguió llegar a una final de Copa estando en Segunda División a haber tenido en el mismo vestuario a un brasileño rubio y un alemán negro (Sobis y Odonkor). De ser el primer andaluz que holló la Champions League y de colarse en un comic de Marvel del Capitán América de la mano del gran Carlos Pacheco, recientemente fallecido. De ganar la primera Copa del Rey a tener en su plantilla al presentador con mayor cuota de pantalla en el prime time televisivo. El Betis es peculiar, y probablemente a ello se deba que congregue seguidores en los lugares más insospechados.
Incluido el Congreso de los Diputados. Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente primero de la Cámara Baja y bético irredento, recibió ayer en la Carrera de San Jerónimo a una representación del club y tuvo la feliz ocurrencia de reunir a todos los parlamentarios que cultivan la fe verdiblanca. La grey verderona reúne a diputados de toda ralea ideológica, por lo que por una vez, por primera vez, los ciudadanos pudimos ver bajo una misma bandera a German Pisarello —el diputado de Podemos que forcejeó en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona para impedir que se colocase la bandera española— y a Reyes Romero, congresista de Vox; a la socialista Meritxell Batet, que se declaró bética «desde pequeña», y a Adolfo Suárez Illana o Ricardo Tarno, combativos diputados del PP. Todos ellos demostraron por un rato que a pesar del triste espectáculo que ofrece el Parlamento en cada sesión plenaria, todavía es posible un gesto de convivencia cimentado en una mutua tolerancia. Por unos minutos se escenificó la imagen más añorada: políticos de diversa ideología conversando relajadamente, reunidos entorno a un interés común que comparten por encima de sus diferencias políticas. Ni más ni menos que la fórmula que alumbró nuestra democracia.
La desgracia es que esta comunión la produzca un club de fútbol y no el futuro de España. Si los dirigentes son capaces de coincidir desde las antípodas ideológicas por el Betis, es lamentable que no hagan siquiera un esfuerzo para hacerlo por su país. Qué hermoso sería que lo que el Betis ha unido no lo separase los intereses mezquinos de la clase política.