tribuna abierta
Pedro Sevilla y las naranjas de Dios
No hay mejor imagen para estos poemas de Pedro Sevilla que los de ser un gran pan que se parte para darnos un pedazo de luz y de verdad madurados con el tiempo
Aunque en 2018 nos dejara, con Para cuando volvamos, la cosecha de oro de su poesía completa, y nos pareciera que ya estaba todo dicho, ahora sale a las mesas de novedades 'En un mundo anterior' (Editorial Renacimiento), un nuevo libro por el que merece ... que regresemos -una vez más- a la poesía de uno de los autores más singulares de nuestro tiempo. Pedro Sevilla es uno de esos poetas invisibles, de esos a los que pocos le ponen cara porque es un gran tímido y, como vive en Arcos de la Frontera, permanece alejado de los festejos de la vida literaria. Yo tardé en conocerlo personalmente y cuando tuve la ocasión de estrechar su mano -que me pareció estrechar un terrón de arena oscura- fue para dedicarle unas palabras de admiración que él recibió con una exquisita sencillez. Había leído por aquel entonces su libro de memorias, La fuente y la muerte, y me pareció, me sigue pareciendo, uno de los textos donde se describe mejor la anatomía interior de alma andaluza. Los personajes, el dolor, la luz íntima de las calles, los blancos silencios de la tierra calma están allí depositados con una fina sensibilidad estilística solo equiparable a las prosas moguereñas de Juan Ramón Jiménez, la aristocracia labradora de Muñoz Rojas o la nostalgia lejana del Joaquín Romero Murube.
Escribir es sembrar, reza el título de un poema de su entrega anterior donde contempla cómo llega su padre del campo oliendo «su ropa a sol y a lumbre/a campo y a honradez». El padre viene de esparcir «semillas entre los surcos» que algún día serán el pan de sus hijos y el poeta se contempla ahora delante del cuaderno esparciendo palabras para que alguien pueda «hacer de estos poemas su alimento». No hay mejor imagen para estos poemas de Pedro Sevilla que la de ser un gran pan que se parte para darnos un pedazo de luz y de verdad madurados con el tiempo.
El número 220 de la Colección Calle del Aire corresponde al último libro de poemas de Pedro Sevilla. En un mundo anterior nos deja el mismo mundo, por así decirlo, de su autor pero con una mirada cada vez más profunda, más trascendental decocon la existencia. Lo mismos temas -la madre, los olivos, las tardes eternas de la niñez o el amor de Josefa- son tratados de nuevo pero con una hondura aún mayor. Si en los primeros libros dejó no pocos poemas sazonados de un fino humorismo (no olvidamos Maneras de escribir o aquel genial poema Mi nuevo amor se llama Carolina de Mónaco) ahora el poeta toca con seguridad las cosas y redescubre verdades. El paso por la enfermedad, por el dolor, por no pocas ausencias, han ido dejando una huella de autenticidad en su poesía. Una poesía que encuentra a Dios en un niño con quien comparte unos gajos de naranja –«Has compartido hoy con Dios una naranja»- o alza una mata de romero como pasaporte para la vida eterna –«Será oler a romero/y saber que está cerca para siempre». En un mundo anterior se lee como una colección de estampas que guardan sucesivas sorpresas, de íntimas sorpresas. Todo está leído ya en él, pero todo es nuevo. Pedro Sevilla es un poeta de las cosa pequeñas, porque en lo pequeño se puede encontrar a Dios. El poeta en plena madurez, ve una flor de jara y encuentra en ella una gota de la Resurrección – «qué será de este mundo si gana la belleza»-, contempla el tronco de un olivo y le recuerda a su abuelo «a su digna entereza, a sus rudos brazos». Pasan los años y no siempre la edad hace a los hombres más puros, más hondos. No es el caso de Pedro Sevilla. El tiempo ha ido disolviendo el envoltorio de las cosas superfluas y sus ojos ya solo parecen estar hechos a divisar verdades. Esas que, como la Peña de su Arcos natal, permanecen inmutables a la erosión del tiempo. «Tú no lo sabrás nunca porque igual que las flores/la infancia es un perfume sin memoria» nos recuerda el poeta. Ante tanto experimento, ante tanta prisa, ante tantos deseos de éxito comercial, la poesía Pedro Sevilla nos devuelve la esperanza de saber que la vida del hombre es una obra única , verdaderamente bien acabada por las manos del tiempo. Manos como las de Pedro Sevilla, de artesano, manos honradas que huelen a romero eterno y a agua de pozo, que son capaces de compartir un gajo de naranja con Dios o de encender -como un aleluya- la luz de la memoria.
(*) Lutgardo García Díaz es poeta
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete