Tribuna Abierta
¿Por qué somos sevillanos?
Hay todo un conjunto de normas subyacentes para que los gentilicios sean de una manera y, sin saberlo los hablantes, son principios respetados que explican el triunfo de unas formas y la rareza de otras
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¿Por qué sevillano? ¿Por qué no sevillés o sevillino? ¿Qué problema habría para que los hispalenses se llamaran sevillenses? Nuestro gentilicio, sevillano, tiene el mismo sufijo que presentan los gaditanos o, saliendo de Andalucía, los derivados de muchas otras actuales provincias de España: orensano, ... valenciano, zaragozano... El gentilicio oficial, sevillano, está extendido y convive con su sinónimo latinizante y poético, hispalense, pero, si hay granadinos, cordobeses o almerienses, ¿por qué nos cayó esa terminación en –ano? Para contestar no hay otro camino posible que no sea el que, andariego por la historia, nos lleva al latín, porque no es mala vía la etimológica para empezar a entender las cosas.
Nuestros antepasados latinos usaban el sufijo -anus típicamente para formar adjetivos que derivaban de nombres de lugar (los romanos o espartanos que decimos hoy salen de las respectivas formas latinas Romanus y Spartanus). Ponían también esta terminación a nombres de persona para formar derivados: de César derivaron caesarianus, hoy cesariano). En castellano tenemos palabras donde incluso nos pasa desapercibida la existencia de esa vieja terminación en -ano; son voces que, sin tratarse de gentilicios propiamente, sí señalan que algo procede o es oriundo de una zona: serrano o aldeano son derivados de nombres de lugar, y cuando los lectores nos quejamos del viento solano, estamos hablando del levante, o sea, mirando hacia donde sale el sol y colocándole al astro rey el mismo sufijo –ano que tenemos los sevillanos.
Quienes, dentro de la disciplina de la Filología, se ocupan de la sustancia con que se ensamblan y componen las palabras son los morfólogos. Ellos explican por qué al construir una palabra tomamos como si fueran ladrillos esas piezas que llamamos raíces o lexemas, sufijos o prefijos y las unimos. Pero no todas las piezas encajan entre sí: desde la morfología se ha señalado la existencia en español de una especie de norma no escrita, pero respetada en general en la formación de los gentilicios: la de que a un nombre de lugar se le hace nacer un derivado de pertenencia uniéndole un sufijo que no repita la vocal que hay antes de la terminación.
Como en Sevilla está la vocal i antes de la terminación, se prefiere añadir un derivado sin i, por eso no decimos sevillino pero sí granadino (que evitaría a *granadano). En la terminación hemos descartado también la e (no se se dice sevillés pero sí cordobés). Hay más condicionantes para esa norma, como el hecho de que las consonantes ll y ñ (ambas de tipo palatal) no suelen coincidir en un mismo gentilicio, por eso, aunque decimos malagueño no podríamos decir sevilleño, que incumpliría los condicionantes que he expuesto.
Como ven, nos parece muy fácil y natural decir sevillano porque es el gentilicio triunfante y al que nos han expuesto desde que adquirimos la lengua, pero hay todo un conjunto de normas subyacentes para que los gentilicios sean de una manera y, sin saberlo los hablantes, son principios respetados que explican el triunfo de unas formas y la rareza de otras.
Pero toda norma tiene su contraejemplo, siempre hay un subversivo que incumple y muestra comportamientos distintos a la mayoría. En la lengua esos insurgentes se llaman excepciones. Y una excepción a esta forma de hacer los derivados en -anus está en la palabra ciudadano. Esta contiene junto a las dos primeras vocales (i, u) a la propia vocal a, justo en su terminación (ciudad), por lo que, en rigor, ciudadino tendría que haber sido el derivado de ciudad, y no ciudadano, palabra que es antigua en nuestra lengua y muy bien documentada. Es verdad que no es un gentilicio propiamente el caso de ciudadano, pero no termina de encajar en esa regla eufónica que dicen los libros. La norma que subyace a sevillano es contradicha, transgredida, burlada por ciudadano.
Para los que estudian la morfología, por tanto, el gentilicio sevillano es un derivado esperable y natural, mientras que la palabra ciudadano es una especie de rareza. Y yo, mientras paseo por una ciudad como Sevilla, vejada por muchos sevillanos que la ensucian, la grafitean o la descuidan, pienso si esto se puede extrapolar más allá de la lengua. Y creo que sí. Los sevillanos son los naturales de Sevilla pero no todos merecen el excepcional adjetivo de ser ciudadanos de Sevilla. No son ciudadanos todos los sevillanos. No es ciudadano quien no sabe ser respetuoso con el entorno que habita. ¿Por qué considerar sevillano al que no sabe ser ciudadano?
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