tribuna abierta
Cuando Sevilla perdió el mar
Entre Cádiz, Sevilla y Huelva, tiene una huella clara: la lengua, la identidad lingüística de eso que llamamos andaluz occidental, una forma de hablar que, con su diversidad interna, revela unos perfiles comunes
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«Cuando Sevilla perdió el mar». La frase es bien poética y no es mía, la dijo Ignacio Medina, duque de Segorbe, en la presentación hace unos días en la Casa de Pilatos de los actos que se convocan en la ciudad por la celebración ... del Milenario del Reino de Sevilla. Evocaba las consecuencias de la evolución administrativa de los territorios españoles, cuando la división de España en provincias, en 1833, hizo entidades independientes a Huelva, Sevilla y Cádiz y disgregó la unidad que se había llamado secularmente Reino de Sevilla. Entonces, en efecto, Sevilla perdió el mar, es decir, el control administrativo del tráfico marítimo en las costas.
Pero hay relaciones culturales y vínculos humanos que los cambios administrativos no modifican, hay familiaridades que se mantienen. Si el cambio a un modelo provincial de España fue dando lugar a la gestación de ciertas identidades provinciales, algunas más forzadas y otras más naturales, los territorios que otrora fueron uno siguen mostrando hoy rasgos en común que los unen. Y eso, entre Cádiz, Sevilla y Huelva, tiene una huella clara: la lengua, la identidad lingüística de eso que llamamos andaluz occidental, una forma de hablar que, con su diversidad interna, revela unos perfiles comunes. Las tres provincias occidentales de Andalucía conforman el área que en mayor medida mantiene coloquialmente la aspiración en palabras que tenían una 'f' en latín, es el área del 'jumo', de la 'jambre' o de la 'jechura'; es la zona donde menos se usa vosotros y más ustedes, incluso entre amigos. Es la zona que llama fatiga a las náuseas y que se calentaba con la copa que hoy es un industrial brasero eléctrico.
Hay otro rasgo que mantenemos aunque hayamos perdido el mar: las palabras que vinieron desde la costa en un maridaje entre el tecnicismo náutico y el léxico común. Amado Alonso llamaba a estas palabras «marinerismos en tierra». Si entre las gentes del mar amarrar equivalía a asir la nave a un puerto, en tierra hemos extendido ese verbo para nombrar a todo lo que queremos sujetar. Cuando en las barcas y en los barcos se 'jalab' de algo, se estaba tirando de un cabo, pero tierra adentro hemos empujado a la palabra para nuestra conveniencia: a las niñas nos 'jalaban' de las trenzas y en América se 'jalan' las mangas. Algunos marinerismos son generales, otros son más específicamente de América, lugar donde el mar llevaba a la oleada de españoles con las palabras marineras muy vivas para popularizarlas en los territorios interiores americanos.
Hay voces marineras más específicamente andaluzas: fretar significaba entre pescadores frotar (por ejemplo, un cabo de cuerda) pero en las casas de Andalucía, de Murcia, del Caribe y de Chile, fretar era restregar y limpiar los rincones; proviene de ahí la operación tan reconfortante de dar un flete: quien pone una casa del revés con esa limpieza profunda y enérgica que es 'el flete' está poniendo en acción a esta palabra de la mar: del agua salada al agua espumosa de los cubos y los cepillos.
Los filólogos pescamos las palabras que salen de la boca del hablante o de un texto, las tumbamos en nuestra mesa de analistas y las pasamos por ese doble aparato de rayos equis que forman la etimología y la documentación. Vista su historia y analizado su primer entorno de uso, algunos de estos vocablos hoy normales tienen su esqueleto hecho de sal marina, aunque ahora ya no nos suenen a palabra especializada ni técnica. La lengua nos revela que la ola del mar menos efímera es la que cae sobre la lengua. Estos son marinerismos que se han quedado al cargo de mantener una memoria de relación con las costas y se asientan sobre un sesgo muy terrestre, el de la realidad de las gentes que no vemos el litoral a diario.
Desde Cádiz a Sevilla, las palabras del mar vinieron sonando por boca de marineros, arrieros, tratantes y cosarios que llevaron productos y modos de habla de la costa al interior. Sevilla, sí, perdió el mar administrativamente, pero no lingüísticamente. Y no debe perder la visión de ese mar ahora. Cádiz mantendrá muy viva la herencia lingüística del mar ahora que la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y el Instituto Cervantes están organizando allí el IX Congreso de la Lengua. El de Cádiz será un congreso marinero que debemos celebrar también desde Sevilla, tierra adentro, como una oportunidad más para enriquecernos con lo que viene de la costa.
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