TRIBUNA ABIERTA

Sevilla contra el panderetismo

Todos los turistas hemos ejercido de ignorantes opinadores alguna vez. Y, al contrario, también nos hemos reído de aquellos que opinaban de nosotros tras pasear un par de días por nuestras calles, sin quitarse las gafas del estereotipo

ABC

Intento organizarme. Intento disponer este artículo de forma que no se me enreden los nombres. Pero es difícil, porque tengo ante mí a un conjunto de personas y entidades que han existido o existen, que están llamando a la puerta de mi texto y que ... pretendo relacionar.

Vayamos por partes. Aquí voy nombrar a la cupletista Raquel Meller y a Alberto García Reyes, director de ABC Sevilla. Aludiré a la Real Academia Española y al Pabellón de Guatemala, el del Paseo de las Delicias. Van a aparecer la espía Mata Hari y Julio Romero de Torres, el que pintó a la mujer morena. Junto a ellos figurarán la prestigiosa editorial Renacimiento y El principito, uno de esos libros que han leído todos los que no leen. Y estará también, si lo consigo, la pandereta en que a veces nos encierran a los sevillanos.

Tengo que empezar por el patio de un instituto en Guatemala, donde, en torno a 1885, el jovencito Enrique Gómez Tible va a clase y a quien sus compañeros han motejado «Enrique Comestible». Terminados los estudios, y con la pretensión de ser escritor, periodista, crítico literario o cualquier cosa relacionada con las letras, Enrique cambia su firma y se hace apellidar Gómez Carrillo.

Con ese nombre vivió entre Guatemala, París y España; esa es la firma que se estampa en las más de tres mil crónicas que publicó en distintos periódicos de las primeras décadas del siglo XX. Fue bebedor, le gustaba el pliego (de prensa) y el vino y tenía alma de modernista. Tuvo amantes, quizá Mata Hari fuera una de ellas. Se casó tres veces. Su segunda esposa fue la cupletista Raquel Meller, la que cantaba La Violetera. La pareja está retratada en un cuadro de Romero de Torres que se titula La Venus de la poesía, donde él aparece escribiendo y ella desnuda con una mantilla negra. Su tercera mujer, tras enviudar de él, se casó con Antoine de Saint-Exupéry. Muchas páginas, muchos lances, mucha bohemia.

Murió en París en 1927, con 54 años. No le dio tiempo a ver el Pabellón de Guatemala de Sevilla (ese de la azulejería blanca y azul y las ventanas verdes). Pero sí llegó a conocer un fenómeno que nacía en esa época y que hoy nos desborda: el turismo. Gómez Carrillo fue uno de los primeros corresponsales que contó a los lectores de su tiempo cómo eran Rusia, Grecia o Jerusalén. Sus crónicas han sido recuperadas últimamente en la editorial sevillana Renacimiento.

Todos los turistas hemos ejercido de ignorantes opinadores alguna vez. Y, al contrario, también nos hemos reído de aquellos que opinaban de nosotros tras pasear un par de días por nuestras calles, sin quitarse las gafas del estereotipo. Gómez Carrillo exigía que quienes viajaban se quitasen esas lentes falseadoras. En un artículo publicado en el periódico sevillano El Liberal en 1902, critica fieramente los textos del francés Jean Lorrain, que había estado en España y que fue «víctima del panderetismo europeo que pone en cada española un mantón; una guitarra y una navaja». Se ríe el de Guatemala de que su colega francés buscaba en Bilbao a bandoleros con trabucos y en Valladolid a bailarinas flamencas. Lo que dijo Gómez Carrillo lo podríamos decir nosotros, pero él lo hizo con una palabra nueva, virtuosa y necesaria: «panderetismo». A inicios del siglo XX, los primeros viajeros habían vendido de España una imagen romántica en la que faltaban las chimeneas industriales y el progreso. Y él, en la patria de la lengua española y desde un periódico sevillano, reclama que no se nos encierre en el coso reductor de la pandereta.

La cita de El Liberal es el primer ejemplo que la Real Academia Española en su Diccionario histórico documenta del uso de la palabra 'panderetismo'. Este es un diccionario en línea donde la RAE dispone una muestra de ejemplos de la historia de cada voz, desde el más antiguo a alguno de los más recientes. El último de los ejemplos que se da es uno de 2016, correspondiente a un texto de ABC salido de la tecla de García Reyes, donde se critica a los que incurren en el inmovilismo, el costumbrismo y el panderetismo. La palabra, pues, se documenta en su alfa y en su omega en la prensa sevillana.

Lo que se escribe en medios puede parecer volátil y efímero hasta que algún filólogo lo captura. Y así me encuentro yo en este inicio de curso, dispuesta a echar mis redes para descubrir la vida lingüística de Sevilla, sin panderetas, sin más etiquetas que las de la filología, con las relaciones inesperadas que las personas y las palabras encuentran en mi pensamiento. Y acompañada de ustedes, si gustan.

SOBRE EL AUTOR
LOLA PONS

Filóloga. Catedrática en el Departamento de Lengua Española,

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