TRIBUNA ABIERTA
La lengua de otra Semana Santa en Sevilla
Ha cambiado el diccionario, no son las mismas palabras de la Semana Santa de mi infancia, pero mañana, otra vez, el ciclo de cada año me pone en la boca una nomenclatura de contradicciones y recuerdos
![La lengua de otra Semana Santa en Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2023/03/31/torrija-semana-santa-RX8WWwhM3ivRqnP9x8YkziK-1200x840@abc.jpg)
Ya no existe esa Semana Santa. Yo veía el palio del Museo en la primera fila de los chiquillos y detrás solo había otra fila, la de los padres. A veces jugábamos a adivinar bajo qué capirote había una mujer, porque no abundaban las nazarenas ... y se murmuraba sobre eso. No vuelve ya ese Lunes Santo, como no vuelve la Sevilla de los años 80: no está el barquillo rosa del parque de María Luisa, faltan las sillas verdes de alquiler en la Plaza Nueva, el parque de la jirafa en el Cristina es ahora una glorieta dedicada a la generación del 27.
No sé si era una Semana Santa mejor, pero es la de mi recuerdo y la que metió en mi diccionario palabras cuya singularidad yo no percibía. Claro que me sorprendía ver a un esqueleto sentado pensativo delante de una cruz, pero no sabía que llamarlo «canina» era también extraordinario, porque solo en algunas partes de Andalucía se usa esta palabra para referirse al esqueleto humano. El adjetivo canino, derivado de can, designa a lo propio de un perro (hambre canina, parque canino): el esqueleto (un tipo sin carne, todo hueso, como los perros callejeros que ya no se ven) se pasea por Sevilla como alegoría de la muerte y para que contrastemos su mensaje, «memento mori», con la vida exultante que bulle en la calle y que renueva de vitalidad cada año a este andalucismo léxico.
La Plaza de San Lorenzo era ya el kilómetro cero de mi mapa pero la torrija no era aún el postre flotando en helado que se ofrece todo el año en cualquier restaurante de Sevilla. Hoy hemos globalizado en el calendario el dulce que antes era temporal, pero también hemos extendido geográficamente ese dulcerío de la cuaresma. En los años 50 se encuestó toda Andalucía para hacer un Atlas lingüístico y etnográfico que sigue mostrándonos cuál era la lengua viva de entonces; los encuestadores recogieron en ese tiempo que el pestiño (hermano en familia léxica del pisto por 'majado, batido) no se freía en la Córdoba del norte del Guadalquivir: no encontraron que se cocinara un solo pestiño en Almería ni en el centro o norte de Granada ni de Jaén. De los 230 puntos andaluces en que obtuvieron respuesta, un centenar de informantes decía preparar mantecados por Semana Santa. La ceremonia repostera y las costumbres propias de la Semana Santa también han tendido a la estandarización.
No había en la Semana Santa de mi infancia otras siglas que las del INRI o el SPQR; no estaba el CECOP, propio del siglo de siglas en que estamos. Los nombres de las hermandades no eran tan solemnes: la Exaltación eran los Caballos y el Cachorro no era la Expiración.
Cambian unas palabras, otras se mantienen. No me asusto, es lo de siempre en la lengua: ganar y perder vocabulario, que entre la moda de una voz constante pero efímera o que irrumpa una moda que llegue para quedarse. Todo es un ciclo: el ciclo contradictorio de que una bulla en la calle esté esperando al silencio; que celebremos una paz y una bofetada; que escribamos sin des y con acentos agudos a la levantá, la revirá, la madrugá y la chicotá y que unamos esas palabras con los esdrújulos y cultísimos cíngulos y acólitos. Las contradicciones lingüísticas y mis propias contradicciones: no ser de ninguna cofradía, no sentirme capillita pero saber que la capilla de la Hermandad de los Estudiantes, a unos metros de la antigua Fábrica de Tabacos en que he pasado más de media vida, es de alguna forma mía.
Hoy hay un muchacho enfadado porque ya no quiere ir a las sillas sino salir por su cuenta; hay una túnica colgada de un gancho alto en el salón. Otra vez el equilibrio imposible del capirote, otra vez hay una bola de cera, otra vez un globo que se escapa, otra vez la tirita en los zapatos erróneamente nuevos, otra vez el inoportuno que grita, la bulla que se desanuda sin incidentes, el repeluco de la noche, el aire vacío en los plumeros de una banda. Ha cambiado el diccionario, no son las mismas palabras de la Semana Santa de mi infancia, pero mañana, otra vez, el ciclo de cada año me pone en la boca una nomenclatura de contradicciones y recuerdos. Otro año más, el incienso me huele a niñez.
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