Tribuna Abierta
Historia de las dos Sevillas
La Feria de los enganches y la Feria de noche, la sandalia romana frente a la babucha árabe; las dos Esperanzas, los dos lados del río, el Betis y el Sevilla...
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Cuando en el siglo XV se empezó a modelizar con iconografía y personalidad distintivas a los tres Reyes Magos, su aspecto externo quedó ligado a cada uno de los tres continentes que en ese tiempo se conocían. Baltasar venía de África, Melchor era el europeo ... y Gaspar el asiático. América, existiendo, no existía aún para la visión occidental. Hoy, con las tres majestades regresando a Oriente, abro mis colaboraciones de ABC en este 2024 preguntándome por la personalidad dual que hemos adjudicado típicamente a nuestra ciudad: el tópico de las dos Sevillas.
La realidad histórica de Sevilla ha sido una pero su construcción crítica se ha empeñado en dividirla en dos. En homenaje íntimo a Antonio Burgos, que tanto defendió la existencia de una tercera Sevilla, he rastreado la historia de ese sintagma tan famoso de «las dos Sevillas». Y ha sido emocionante localizar el primer empleo relevante en un personaje apreciado por los filólogos y muy valioso para nuestro patrimonio: Francisco Rodríguez Marín (1855-1943). Rodríguez Marín, cervantista de Osuna, ingresa en la Real Academia Española en 1907 con un discurso de recepción donde declara: «He vivido largo tiempo, no ya en una, sino en las dos Sevillas». El discurso glosaba levemente el concepto: una Sevilla estaba caracterizada por el olor a azahar y el incomparable cielo; la otra, más poética e interesante según el profesor, era menos conocida y propiamente «subtemporánea», más que subterránea; era la Sevilla de la «sombría majestad de las grandezas muertas». El cervantista, formado en leyes en la Universidad de Sevilla y buen conocedor de nuestra literatura popular, estaba creando una expresión que, entonces novedosa, se nos ha hecho ya clásica en la descripción interpretativa de nuestra ciudad.
Este discurso de Rodríguez Marín, como era común en la época, se reprodujo parcialmente en la prensa. Sea por esa lectura o por su propia ocurrencia personal, diez años más tarde, en marzo de 1917 y bajo el pseudónimo 'Andrenio', Eduardo Gómez de Baquero firma en Nuevo Mundo un artículo que se titula 'Las dos Sevillas, que son una'. El autor había estado en Sevilla en unas jornadas del Instituto Nacional de Previsión, y, a la vista de la ciudad que se encuentra, declara que hay una Sevilla que quiere superar «la apoteosis del presente», que aspira a ser «en intensidad de riqueza e industria una Barcelona del sur» y que es «distinta de la Sevilla pintoresca».
La aparición de la idea de las dos Sevillas es desde entonces recurrente en los periódicos locales: se repite mucho en el año 1929, cuando el foco de la Exposición Iberoamericana atrae a la ciudad a muchos cronistas que abundan en la idea de las dos Sevillas que se contraponen: una farandulera y otra que ansía el desarrollo industrial. Finalmente, la circulación de la expresión «dos Sevillas» se vuelve repetida en la prensa desde los años 70, cuando la democracia aviva el debate sobre qué tipo de ciudad éramos y a qué modelo podíamos aspirar.
A fuerza de repetirse, el estereotipo de las dos Sevillas se iba desgastando y buscaba nutrirse de nuevos opuestos, distintos a los de partida: las dos Sevillas pueden ser la apolínea y la dionisíaca, la de la cofradía circunspecta o la del paso bullanguero; la Feria de los enganches y la Feria de noche, la sandalia romana frente a la babucha árabe; las dos Esperanzas, los dos lados del río, el Betis y el Sevilla, Justa y Rufina, las dos sílabas (no y do) separadas por una madeja, antiguos frente a modernos...
Existen realidades binarias que son axiales y cruciales en nuestra vida: el día y la noche, el bien y el mal, el pasado y el presente, pero las dualidades de las Sevillas que se enfrentan son inventadas, no están entre ellas. No sé si es necesaria la acuñación interpretativa de una ciudad, pero si nos lanzamos a hacerla, hay que admitir la falsedad generalizadora que implica cualquier teorización. Rodríguez Marín declaró en su discurso académico: «Dos Sevillas hay y ¡cuán diferentes entre sí!». Pero yo aquí disiento del profesor. A mí no me hiela el corazón ninguna de esas dos pretendidas ciudades. A veces me intriga Sevilla, otras veces me molesta, a menudo me admira. Hay tantas Sevillas como sevillanos. Cada definición de la ciudad emana de una experiencia de vida distinta. Tenemos por delante un año entero para vivir nuestra propia versión de Sevilla: no es mal regalo de los tres Reyes.
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