tribuna abierta
Un cartel denunciado en Sevilla
El Archivo Municipal de Sevilla guarda el cartel teatral más antiguo conocido en España
![Un cartel denunciado en Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/03/01/tribuna-lola-pons-RuAv3riSm9h0NndH3YqR4KI-1200x840@diario_abc.jpg)
Veo lógica la denuncia. Y que se arrancara el cartel de donde estaba puesto y se aportara como prueba, con su pintura roja visible, porque desde luego eso no era lo pactado y el denunciante tenía derecho al enfado. Pero agradezco el cartel, lo reproduzco, ... me siento orgullosa de que Sevilla lo tenga y lo saque a relucir como muestra de la importancia de sus fiestas.
Copio lo que pone en letras manuscritas en él: «Vallejo i Acacio representan oi miércoles sus famosas fiestas en doña Elvira a las dos». No se asuste el lector por la forma de escribir: no hay ortografía oficial que respetar y la Real Academia Española no existe. No existe porque estamos en mayo de 1619 y estoy en otra España: la del rey Felipe III, el monarca piadoso que no sabe que le quedan solo dos años de vida; estoy en la España de Lope de Vega, que acaba de dar a la imprenta 'Fuenteovejuna'. En la corte, Velázquez ha rematado hace poco su 'Vieja friendo huevos', y en Sevilla, por la esquina de la calle de la Borceguinería, una mujer corriente, María Pérez Murillo, lleva en brazos a su hijo, un crío de año y medio llamado Bartolomé Esteban. Con la sombra de la Giralda proyectada en el suelo que pisa, María alcanza a ver de lejos a un conocido, Francisco de Rivera, que desprende un cartel de la pared y echa a andar con prisa. El cartel, como el niño, terminará siendo célebre.
Rivera es el arrendatario del corral de comedias del Coliseo y se retuerce nervioso las manos mientras se encamina al cabildo de la ciudad. Se van a enterar los Vallejo y Acacio. Es intolerable y lo pienso denunciar. Las compañías de comedia no tienen palabra y esto me arruina el Corpus, el público me iba a llenar el corral. Se acordó que ellos representarían en el mío y no en el de la competencia. Pero qué desfachatez, encima lo anuncian, van a representar al corral de doña Elvira, esto no va a quedar así, para eso está la justicia, la prueba de que han incumplido es este cartel.
El escribano lo escucha con desapego mientras redacta a su ritmo: «Uno de los carteles que han puesto por las esquinas...». Termina de copiar la denuncia y mete el cartel en la documentación. Cabe bien, son 31 centímetros por 41, un medio pliego. El cartel se queda custodiado en el pleito para que el juez dirima el desacuerdo entre el empresario teatral y la compañía de actores. Antes de encaminarse a casa, el escribano abre la carpetilla y lo mira una vez más. Es un cartel sin imágenes ni figuras icónicas; estos no pueden pagarse imprenta, lo habrá escrito alguien de la compañía. Quien sea tiene pericia, porque ha intentado remedar la caligrafía antigua de la letra gótica en ese título encarnado. Qué artistas son estos de las compañías. Almagre y negro, color de vítor, se dice el escribano mientras hace un montoncito con los papeles del pleito y los deja sobre la mesa. Cavila si su mujer podrá ir hoy al corral de comedias, con lo que le gustan los entremeses que trae la compañía de Vallejo.
El pleito se resuelve, se acaban las fiestas del Corpus, los sevillanos siguen su vida, los actores se van con la música a otra parte. Nuevos anuncios se fijan en las paredes: la lluvia y el olvido los van destruyendo. Otras compañías llegan, los artistas que fueron famosos dejan de serlo. Y el cartel, que no valía nada entonces, se convirtió en uno de los tesoros documentales sevillanos: el Archivo Municipal de Sevilla guarda el cartel teatral más antiguo conocido en España, conservado porque formó parte de ese viejo litigio. La ruptura de contrato con que Vallejo, buscavidas tramposo, perjudicó a Francisco de Rivera fue la que salvó al cartel de su segura condena al olvido.
En ese tiempo, los escenarios del teatro no albergaban desnudos. En los cuadros, las figuras humanas lucían más blancas que hoy porque sus barnices no se habían oxidado aún. En las iglesias, los fieles estaban más hechos que nosotros a la policromía chirriante del arte sacro y a los Cristos despojados que se parecían sospechosamente al vecino. Los respingos de hoy no coinciden con los de ayer pero hay siempre un factor en común: el tiempo. Mucho de lo relevante entonces nos sigue pareciendo importante hoy: Lope de Vega, Velázquez, Felipe III, el teatro áureo. La criba del tiempo los hizo inmortales a la vez que iba silenciando un escándalo que fue comidilla durante semanas. Solo el juez soberano del tiempo decide qué documentos se convierten en monumentos y qué carteles consideraremos obras maestras del arte.
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