No Ni Ná
Tempus fugit
En Sevilla todo pasa muy deprisa salvo el tiempo de los grandes proyectos
Con la sinfonía de los papelillos escondidos en las esquinas más recónditas; con el peso de la glucosa pegada al asfalto y tras la dermis; con la obesidad de los contenedores de la celulosa de los sueños; con la soledad de las botellas sobrias, de ... los abetos hendidos por el tiempo y el silencio de las luces que se quedaron para siempre en la fase oscura de su parpadeo, toca hoy recoger.
La espalda de Baltasar alejándose entre el gentío es el anuncio de este tiempo de nuevas agendas, donde se extiende el imperio de la rutina que hoy reestrenamos hasta la próxima víspera. Es uno de los cuarto jinetes de nuestra nostalgia. Como lo será el manto de la Aurora, el rayo de la luz que persigue a la patrona o el capote que arrastra la Feria de San Miguel al desolladero del otoño.
Volveremos hoy a nuestras preocupaciones cotidianas y a esos propósitos domésticos menos soberbios que los que hicimos en diciembre, cuando las pequeñas grandes palabras de la paz y el amor nos hicieron creer que era fácil ser buenas personas. Volvemos a nuestras pequeñas cosas, que sumadas nos hacen grandes. A las comidas en punto, a los fieles despertadores, a la cerveza dominical, a los paseos lentos, al hueco de la taberna, a comprar la entrada en la taquilla del cine… Puede que, con un poco de suerte, estos granos regordetes del reloj de arena de este tiempo te den el privilegio de aburrirte.
Ocurrirá que mañana será un cumpleaños, pasado un pequeño viaje que llevas tiempo preparando, un libro rescatado en una tarde de lluvia, una copla que trae el río desde Cádiz, una hoguera marismeña en Candelaria, un himno en el Maestranza… y otro invierno se habrá ido.
No creas que queda tanto para la ceniza que serás otro miércoles, para la túnica y el terno, para que lleves albero al dormitorio, para meter el costo en el carro, para desparramar la juncia, para que dejes la casa y vuelvas, para saber lo que hiciste el último verano… En Sevilla todo pasa muy deprisa, salvo el tiempo de los grandes proyectos. O quizás sea por el alma inquieta que esconde su belleza que se nos hace tan corto vivirla como mereciera.
Por eso, no creas que se hace largo enero. No asumas que febrero se hará más cuesta arriba, porque pronto vas a querer que vuelva el frío aunque se coma las tardes más bellas a bocados por el Aljarafe. Tu reloj ya son los hijos que lo heredarán. No te va a dar tiempo a cumplir tu propósito de año nuevo cuando el turrón ya te estará esperando en el supermercado. Estaremos debatiendo por qué no se han quitado los toldos cuando estén enganchando las luces de otra Navidad. Y lo habrás vivido. Lo peor será que no te des cuenta y diciembre te encuentre haciendo propósito de encontrar el sentido de esa vida.