No ni ná

El fraude de Chaves

Ha caído en la misma debilidad que propició que en sus dominios se generara corrupción, la soberbia

SI algo caracterizó a los gobiernos de Manuel Chaves era que todo lo tenían bien atado. Decir lo contrario habría sido faltar al respeto a su consejero de Presidencia, el omnipresente Gaspar Zarrías. Nada escapaba a su control en la gestión de las consejerías y ... en esa clave del éxito de aquella etapa política que acompasaba las agendas del Consejo de Gobierno con las del partido socialista que lideraba el propio Chaves. Un partido entonces mayoritario, rocoso, potente y compacto en Andalucía, referencia para cualquier otra federación, que por aquel tiempo funcionaba como una máquina perfectamente engrasada para cubrir ciclos de cuatro años, como si de unas olimpiadas se tratara, y hacerse con la victoria electoral, ciclo tras ciclo, durante 20 años.

Chaves siempre dio impresión de seguridad, de integridad institucional, de tótem de un socialismo de otro tiempo. Es lógico que le cueste explicar hoy cómo, siendo aquel todopoderoso presidente, en la Junta germinara el fraude de los ERE y que la mayor parte de los beneficiarios de aquellas ayudas sin concurrencia ni publicidad fueran miembros o personas de la órbita del partido que controlaba Andalucía y él lideraba. Y todo sin darse cuenta.

Es humano que Chaves aproveche la rendija que abre la revisión del Constitucional para intentar limpiar su nombre, negar ser parte de una trama e intentar tapar aquella mancha que marcó la edad dorada del socialismo andaluz, pero en su respuesta ha caído en la misma debilidad que propició que en sus dominios se generara aquella corrupción, la soberbia. Esos gobiernos andaluces se creyeron tan inmunes, tan sobrados, que a nadie parecía sorprender que llovieran millones de Empleo para los pueblos socialistas en la Sierra Norte de Sevilla y no para otras localidades de distinto signo político. Que unas empresas se beneficiaran de las ayudas y otras no tuvieran opción a solicitarlas. Es esa soberbia la que impide todavía hoy a Chaves admitir una obviedad, que era presidente del Gobierno cuando se cometió el fraude de los ERE.

Chaves no ha hecho una defensa propia en los términos en los que el Constitucional admite lesionados sus derechos fundamentales como condenado, sino que ha querido convertir la sentencia en un relato para desmentir la existencia de un fraude que todas los tribunales acreditan. Y más aún, para construir el bulo de una confabulación político-mediático-judicial contra el PSOE, incorporarse como agradador al sanchismo, y volver del destierro para profetizar el «principio del fin» del PP en la Junta, tras la histórica alternancia que propició el propio desgaste de aquel socialismo que se creyó invulnerable.

Chaves marca, en su esfuerzo por reescribir la historia desde un relato fraudulento, el fin de sus principios. Los que le convirtieron en el mítico presidente que todo lo tenía bajo control, el líder de aquel legendario socialismo que en su arrogancia defraudó a los andaluces.

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