tribuna abierta
Sevilla, ciudad del libro
Si alguien destaca entre la pléyade bibliófila de la ciudad fue, precisamente, el hijo del descubridor, Hernando Colón

Alos heráldicos emblemas hispalenses de muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana, podría añadirse el de «muy libresca» ciudad de Sevilla. De entre las capitales españolas es la única que ostenta no uno, sino dos libros en sus armas. En el antiguo escudo ... de La Coruña figuraba, iluminada por la Torre de Hércules, un ejemplar de La Pepa, la Constitución de 1812, inexplicablemente desaparecido con el advenimiento de la democracia. Los libros que figuran en el escudo de Sevilla, en las manos de los dos Obispos hermanos, San Leandro y San Isidoro, son más antiguos y venerables que la liberal y gaditana carta magna que reunía en su primer título a los españoles de ambos hemisferios. San Leandro porta el libro de los libros, la Biblia, y preludia la tradición traductora de su cátedra, de la biblia alfonsina a la heterodoxa del Oso -y la ciudad puede jactarse de que su Universidad custodie un ejemplar de la Biblia de Gutenberg-, y San Isidoro abraza un ejemplar de sus 'Etimologías', que fueron la Wikipedia de Europa por cerca de un milenio. No en vano Dante lo ubicaría en el Paraíso de su Comedia («vi flamear el ardiente espíritu de Isidoro»).
Si, como escribió Manuel Machado, «no se ganan, se heredan, elegancia y blasón», a Sevilla correspondería, ancestralmente y por este linaje episcopal, el título de «ciudad del libro». Históricamente, sin embargo, no dilapidó su herencia y no faltaron entre sus ilustres hijos quienes ampliaran la gloria libresca de la ciudad y la hicieran acreedora de ese título, desde Alfonso X el Sabio, que aquí compuso 'Las siete partidas' o 'El libro de ajedrez, dados y tablas', a la estirpe impresora de los Cromberger que desde la que hoy es calle Pajaritos y alguna vez lo fuera de la imprenta, fundaron en México la primera imprenta del Nuevo Mundo.
Si alguien destaca entre la pléyade bibliófila de la ciudad fue, precisamente, el hijo del descubridor, Hernando Colón. Junto a la Puerta de Goles y las casas de san Laureano, frente a la Cartuja donde yacían los restos de su padre el Almirante, cuya biografía escribió, reunió la biblioteca privada más grande de su tiempo. La casa de Hernando Colón aparece en todos los mapas históricos de la ciudad. Frente a ella y sobre el antiguo muladar de los Humeros fundó el primer jardín botánico (y americano) de Europa, acaso por hacer bueno el dicho de Cicerón de que si junto a su biblioteca un hombre dispone su jardín nada más precisa ya en el mundo. Aquella huerta es hoy el solar que desde hace décadas sestea junto a la capilla del Rosario y cuyo dudoso destino urbanístico ha sido felizmente resuelto por el Ayuntamiento. Debemos celebrar su indulto de la fiebre especuladora para convertirlo en una plaza arbolada, en la que un monolito recordará la figura de quien ha sido considerado el precursor del big data.
Si Hernando Colón llegó a reunir quince mil volúmenes de los más variados temas, adquiridos de forma compulsiva en los más variados lugares debido a su intensa labor diplomática acompañando al emperador Carlos V, su aportación fundamental a la ciencia bibliotecaria fue su revolucionaria organización. Esta se basaba en un riguroso registro de sus adquisiciones en varios libros que iban conformando tablas cruzadas e índices temáticos a partir de resúmenes que encargaba a sus ayudantes, anticipando la ubicuidad de Google.
Gracias a esta figura capital del humanismo renacentista conservamos la biblioteca de Cristóbal Colón, con sus anotaciones al 'Libro de las Maravillas' de Marco Polo o la transcripción de las misteriosas instrucciones para alcanzar las islas de las especias navegando hacia el oeste de Toscanelli. Sus herederos, sin embargo, no fueron tan fieles y diligentes y se desentendieron de su legado que pasaría a la Catedral, donde se constituiría la biblioteca colombina junto al Patio de los Naranjos.
En el mes de junio gocé del inmenso privilegio de visitar tan noble y borgiano paraíso invitado por el profesor Alfonso Lombana, estudioso de la figura del humanista húngaro del siglo XVI Jano Panonio, cuyo obra ha rescatado de entre los manuscritos de la Colombina y publicado bajo el título 'Fortiter in fide' en la biblioteca de humanistas de la sevillana editorial Cypress dirigida por José Luis Trullo, catalizador del relanzamiento de los ideales del humanismo cristiano.
Acompañé a una legación de estudiantes de grado y máster de lenguas clásicas de la Universidad Complutense que, pudiendo elegir ocasión más festiva de visitar nuestra ciudad, tenían claro que aquí los aguardaba un paraíso cerrado que abrieron para nosotros Nuria Casquete de Prado, directora de la Institución Colombina y Pilar Jiménez de Cisneros, jefa de bibliotecas.
Si fascinante era asistir a las explicaciones de las cuidadoras de tan impresionante legado que, con sus desvelos, como aquel hombre justo que riega su jardín en el poema de Borges, están salvando al mundo, no menos fascinante, y yo diría que milagroso, resultaba contemplar el brillo en los ojos de estos jóvenes que, entregados al más inútil y más valioso de los saberes, examinaban los ejemplares originales de las obras que son objeto de su estudio diario. Ninguno me trasladó inquietud sobre su futuro profesional porque saben que el mundo necesitará siempre hacer resonar los textos del pasado. Cualquier operación técnica que imaginemos podrá ser reproducida por una inteligencia artificial, pero dar sentido a la existencia a través del conocimiento, como hacen ellos, no. Como no es concebible Sevilla sin quienes, con su espíritu, sostienen su eterno legado inmaterial.
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