Tribuna Abierta
El Diablo en Sevilla
Tierra de María Santísima y patria de Miguel Mañara, aquí han sido persistentes los combates entre las cohortes celestiales y las legiones de las tinieblas desde los tiempos del Santo Rey
![El Diablo en Sevilla](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2022/07/27/giralda-sevilla-rojo-REN57I7kzMDcCusokyLH2fO-1200x630@abc.jpg)
Ahora que se han abierto las calderas de Pedro Botero y están ardiendo las calles como los retablos de ánimas, ahora que ni bajo la exigua sombra de la vela hay tregua para el bochorno y en los sofocados claustros monacales resuena como una jaculatoria ... el eco de Santa Teresa: «aquí con no pecar basta», ofrecemos una breve relación de la presencia del Maligno en la ardorosa ciudad de Sevilla.
En la patria voluptuosa de Carmen y don Juan no ha faltado nunca combustible inflamable por donde la tentación se ha propagado como la pólvora: «Porque Sevilla, es señores/para nuestra perdición,/un paraíso en que son/serpientes las mismas flores», sentencia Marquina en su donjuanesco «Don Luis Mejía». Para hacer la relación completa del pandemonio hispalense no basta con reunir un «Diccionario del diablo» como el de Bierce, haría falta toda una enciclopedia.
Tierra de María Santísima y patria de Miguel Mañara, aquí han sido persistentes los combates entre las cohortes celestiales y las legiones de las tinieblas desde los tiempos del Santo Rey. La propia Santa Teresa, asediada por las dificultades durante su estancia sevillana dirá en «Libro de las fundaciones»: «no sé si el mismo clima de la tierra, que he oído siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar». No por casualidad corona la Giralda una estatua del «Triunfo de la Fe» expuesta como veleta al viento de los siglos. Y no por casualidad la primera iglesia en ser derribada por la junta revolucionaria tras los sucesos de la «Gloriosa» en 1868 fue la de San Miguel, arcángel designado por Dios para frustrar los planes de Lucifer, de cuya advocación solo queda el vago recuerdo de la feria septembrina de los toros.
Restos arquitectónicos de esta guerra sin cuartel son las gárgolas diablescas de la catedral y el Monasterio de Santa Paula y los torturados homúnculos que vierten el agua desde la fachada plateresca del Ayuntamiento, que parecen aguardar la mano de nieve que los vuelva a su horrible vida.
Inquietante asimismo resulta la presencia en el Patio de la Casa Fabiola, como parte de la Colección Bellver, de una réplica en bronce de «El Ángel Caído», la célebre estatua del Retiro madrileño, ubicada en la cota oficial de 666 metros sobre el nivel del «mal», obra de Ricardo Bellver, abuelo del coleccionista. Recordemos que el inmueble recibe su nombre de la piadosa novela «Fabiola o la Iglesia de las catacumbas» con la que el cardenal Wiseman, nacido allí, condujera tantas almas al redil.
Pareciera como si una zoroástrica ley de las compensaciones se disputara el equilibrio moral de la ciudad y acaso sea esta la razón de su intensa dualidad. No extraña por eso que la inextricable forja de la «reja del diablo» se encuentre, ¿dónde si no?, en el barrio de Santa Cruz.
La presencia del demonio en Sevilla está literariamente constatada en innumerables obras, pero nunca con la gracia con la que lo retrató Luis Vélez de Guevara en «El diablo cojuelo» quien, por ecijano, era buen conocedor de las sartenes infernales. El Cojuelo, famoso por su capacidad de levantar los tejados de las ciudades y dejar a la vista sus vicios, giró visita a Sevilla, «lugar tan confuso», en el año de 1641, dejando una precisa cartografía satelital de la urbe: «estómago de España y del mundo, que reparte a todas las provincias de él la sustancia de lo que traga a las Indias en plata y oro que es avestruz de la Europa».
En 1831 José Melchor Gomis estrenó en «La ópera cómica» de París «Le diable à Séville», una sátira anticlerical cuyo título fue reutilizado por Luis García de Luna en 1866 para escribir una de las más horripilantes historias acaecidas en la ciudad. «El diablo en Sevilla» cuenta la historia de Don Juan de Hinestrosa, un calavera irredento cuyas depravaciones dejan en pañales las del Burlador de Sevilla y que habrá de caer subyugado por los veleidosos encantos de una misteriosa dama en las antípodas de la doña Inés. Por ella sufrirá humillaciones y será convocado a ejecutar el más atroz de los crímenes como prueba de un imposible amor. Sucede todo esto al tiempo que se nos describen las costumbres y entretenimientos de la Sevilla decimonónica, en la que se pasea por los jardines del Cristina y se bebe, para remediar los mismos calores que hoy nos fatigan, el agua de Tomares.
Como se redimen las ánimas del purgatorio convendría rescatar de las llamas del olvido la figura del sevillano Luis García de Luna (1834-1867) amigo y precursor de Bécquer, cuyas narraciones fantásticas sirvieron de modelo a Gustavo Adolfo y que nos informó aquí de la visita de más alto rango que jamás ha hecho el diablo a la ciudad, pues «nadie volvió a ver a la joven de las mejillas de fuego, que en concepto de todos era Satanás».
(*) José María Jurado García-Posada es poeta
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