TRIBUNA ABIERTA
Blanco
Las lágrimas rodaban por las mejillas rugosas de aquel niño anciano que ahora se preguntaba si su vida había sido un fraude

A duras penas pudo apartar los visillos para contemplar el paisaje. Oscurecía y hacía frío. Pronto alguna de las almas amigas que lo cuidaban acercarían una lámpara de aceite a su mesa, aunque ya no tenía fuerzas para leer. Dio un sorbo tembloroso a la ... taza de té, pero, al tratar de devolverla a la bandeja, la dejó caer al suelo. «No volverás a escribir», se dijo mientras observaba sus dedos engarrotados y sarmentosos. Volvió a mirar a través de los cristales empañados. Nevaba. Sí, nevaba mansamente en Inglaterra, pero aquella nieve caía en la memoria.
[José María Blanco Crespo –José Blanco White- descendiente de aquellos católicos irlandeses que fueron acogidos por la Corona de España durante los años de terrible persecución religiosa de Cromwell, nació en la calle Jamerdana, en el Barrio de Santa Cruz, el 11 de julio de 1775 y murió el 20 de mayo de 1842 en Greenbank, no lejos de Liverpool, en la campiña inglesa.]
Algunos copos breves se mecían como pétalos o plumas. Conocía esa danza. El perfume cítrico del té inundaba la estancia y, ante su mirada, una cascada de flores blancas caía de las altas copas del recuerdo. De nuevo ante sí veía las claras varas de limoneros y naranjos saltando las tapias de los conventos, cubiertas de copos de azahar, delicados y frágiles como su corazón de niño cuando pasaba por la estrechez misteriosa de las encaladas calles de Sevilla.
[Autor en lengua inglesa de las 'Cartas desde España', testimonio vivo de la ciudad de Sevilla en las primeras décadas del XIX, fue ordenado sacerdote y ejerció en la catedral de capellán magistral de la Real Capilla de San Fernando. Fue célebre uno de sus sermones contra el escepticismo religioso, pronunciado en las mismas fechas en que un clérigo apóstata instiló en su espíritu la afición por los libros prohibidos que desembocarían en la crisis espiritual por la que abandonó el catolicismo.]
«Bajando estoy el valle de la vida…» La visión inmaculada de la nieve elevó su espíritu y lo hizo olvidar por un instante los terribles dolores que lo postraban, pensó en cuánto le gustaría poder hacer sonar otra vez en su violín una tonada de su tierra, una de aquellas coplas de su madre cuya espontánea alegría aún llevaban después de tantas décadas algo de calor a su corazón. Cerró los ojos y volvió a escuchar la voz de ella que cantaba. Todo el candor de la nieve se transformaba en luz del mediodía y él era un niño que saltaba sobre luz de los patios tamizada por la vela.
[Reivindicado por Cernuda o Goytisolo, para quienes Blanco White encarnaría la incierta tradición de la España disidente, fue secretamente admirado por Menéndez Pelayo, martillo de herejes, quien le dedicó algunas de las más celebradas páginas de esa magna obra, precursora de los artificios borgianos, que es la 'Historia de los heterodoxos españoles'.]
Después de tantas tribulaciones y sufrimientos, libre por fin del rencor contumaz de sus compatriotas y correligionarios, ya solo aguardaba al único tribunal, el implacable. Las lágrimas rodaban por las mejillas rugosas de aquel niño anciano que ahora se preguntaba si su vida había sido un fraude. No se atrevía a responder, pero nada había sido en vano. Había que tomar la diligencia de Madrid, abandonar la fe, entregarse a los excesos de la política y del deseo, huir frente a las bombardeadas costas de la patria, cambiar de idioma, cambiar de religión, cambiar de nombre y otra vez cambiar, cambiar, cambiar de país, de isla, de credo, de familia.
[Fugado a Madrid en 1806, huido a Inglaterra desde la luminosa Cádiz preconstitucional durante la Guerra de la Independencia en 1810, dejó en España a un hijo de cuya existencia no supo hasta 1813. En 1814 se ordenó como clérigo anglicano y en 1834 abandonó la Iglesia de Inglaterra por el Unitarismo, una forma de protestantismo ecuménico que buscaba retornar al cristianismo primitivo.]
Ante la blancura invernal del campo en Inglaterra ¿qué podrían valer ahora aquellas lágrimas o los dorados recuerdos de la más alta torre y las palmeras del sur? ¿Había merecido la pena escuchar siempre a la rectísima voz de su conciencia? Por su culpa había transitado las vías más amargas que conducen a la duda y su vida había sido una renuncia permanente. Pero ahora nevaba. Sí, nevaba mansamente en Inglaterra.
[Teólogo, memorialista y periodista político, director de «El Español», órgano de información del liberalismo hispánico en Londres, fue poeta en español y en inglés. El sorprendente autor de uno de los más bellos sonetos de la lengua de Shakespeare, 'Noche y muerte': '¿si así la luz engaña, no habrá engaño en la vida?']
Una bandada de patos silvestres cruzaba el horizonte que ya rayaba la noche. También eran blancos. Porque ahora ya todo era blanco. Sí, blanco como el Santo Sacramento del altar ante el que tantas veces se postrara de joven en la catedral con un sentimiento mezcla de horror y de culpa. Blanco como la espuma que azota los acantilados de Inglaterra que lo separaban de la patria. Cegadoramente blanco como la vida y oscuramente blanco como la muerte.
Ya todo era Blanco. White.
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