SÁBADO

Incomparables amaneceres

El día 8 de diciembre gozamos de un espejismo, pero que en realidad existe: la ciudad limpia, la ciudad en estado puro. Al igual que nos hicimos ese regalo no estaría mal que de vez en cuando se repitiera el espectáculo de la belleza absoluta que nos ofrece Sevilla cuando nada molesta su piel

A primeras horas del día 8 de diciembre el recuerdo que nos trajo Sevilla fue el de la pandemia. Hacía ya un rato desde que se encendieron las luces amarillas del amanecer. Los tesoros devocionales se encontraban en la Catedral formando un cuadrilátero único y ... probablemente irrepetible alrededor de la tumba de Hernando Colón. Esa sí que fueron unas horas para la Historia. En la calle, con el frío, presagio del que vendría por la tarde, el Paseo de Colón estaba sin coches y las aceras sin veladores. La calle no estaba muerta, como en los días del virus. Había vida. Era un trasiego de gente de aquí para allá. No había que sortear sillas ni mesas. Tampoco había que mirar al semáforo para cruzar la gran avenida que marca el eje norte sur de Sevilla. La clausura del Congreso nos daba la oportunidad de encontrarnos la ciudad tal cual la soñamos, sin coches y sin veladores. Y créanme si les digo que parecía otra.

No es cuestión de entrar en ningún debate absurdo. Los veladores hacen falta; forman parte del negocio de un sector sin el cual la economía de Sevilla estaría maltrecha. La hostelería queramos o no es uno de los pulmones del día a día. Partiendo de esa base, no podemos dejar de admitir que las aceras, grandes o pequeñas, sin mesas, presentan una estampa distinta. Cuestionar la necesidad de los veladores será tan absurdo como cuestionar la presencia de coches en las calzadas. Pero eso no quita para que muchos descubrieran una Sevilla distinta, más allá de las estampas cotidianas; una ciudad más ancha, más cómoda. Una vez que se celebró el día sin coches disfrutamos del Paseo de Colón como si fueran nuestros Campos Elíseos. El día 8 de diciembre gozamos de un espejismo, pero que en realidad existe: la ciudad limpia, la ciudad en estado puro. Al igual que nos hicimos ese regalo no estaría mal que de vez en cuando se repitiera el espectáculo de la belleza absoluta que nos ofrece Sevilla cuando nada molesta su piel. El 8 de diciembre se hizo carne una variación de lo expresado en su día por Eugenio Noel: Sevilla, la de los incomparables amaneceres.

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