TRIBUNA ABIERTA
¿Interesa hoy la literatura?
Hoy cualquier tertuliano se atribuye potestades de crítico o descubridor. Y como aquí el más torpe hace relojes, han tenido que salir a desmontar la chafarrinada voces con preponderancia
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La intromisión de los aficionados en los horizontes creadores, en los ámbitos de los especialistas, de los profesionales, se multiplica en estos tiempos de tigres digitales, tan proclives a la basura, a la deshumanización y al engaño. Confesaba el gran Francisco Umbral, el de la ... prosa sonajero de Juan Marsé: «Uno prefiere un profesional mediocre a un aficionado brillante. Fuera con los aficionados».
No me resisto a relatar —permítanme el inciso— una divertida anécdota que le conté a Umbral en Madrid, en el Instituto de Cultura Hispánica. Corría a su fin el año 1969 y le acababan de conceder el premio Nobel a Samuel Beckett. Al preguntarme por Sevilla, le respondí al cuásar del periodismo literario:
—Allí creen que le han otorgado el Nobel al paisano Bécquer, porque a ese tal Beckett no lo conocen.
Carcajada de Paco, al que le suministré argumento y munición para su artículo del día siguiente.
Los aficionados —no hace falta desenmascararlos, lo hacen ellos mismos— desembarcan no en los peligros bélicos de las playas de Normandía sino en los confortables medios audiovisuales y las jaulas de papel, incluso en las academias… Participan en todos los guisos, viven del cuento programado, calientan el pesebre oficial, te sonríen, te abrazan, tiñen su insolvencia, son abrevaderos del plagio, repetidos cromos de feria, celebraciones y aniversarios… Es la autopromoción asistida de la ineptitud.
Pero a todo esto, ¿interesa hoy la literatura? Recientemente, hemos sido espectadores involuntarios de otro disparate seudocervantino desempolvado. La historia de la literatura es pródiga en disparates, que le dieron tema a José Bergamín para un luminoso ensayo. Hoy cualquier tertuliano se atribuye potestades de crítico o descubridor. Y como aquí el más torpe hace relojes, han tenido que salir a desmontar la chafarrinada voces con preponderancia.
¿Interesa hoy la literatura? Allá por la segunda mitad de los años ochenta, un amigo de juventud ya desaparecido me planteaba la misma pregunta a raíz de la publicación en Italia de una monografía de Rosa Rossi, donde sostenía sin pruebas fehacientes la homosexualidad de Cervantes. Aquel interlocutor de grato recuerdo era Miguel García-Posada, poeta, colaborador y crítico literario de ABC, primera autoridad en la obra de Lorca, de cuya edición se ocupó en su totalidad. «Lo que me inquieta —nos decía Miguel— es que, por una causa o por otra, la literatura salga siempre a la palestra de la mano de estas cosas, sexo o política. Cuando utilizo la palabra importa estoy pensando en el acercamiento gratuito, desinteresado, a la literatura. El profesor que vive de explicar a Bécquer, o el escolar, que debe examinar de, es otro asunto». Y precisamente la política desplazó a la literatura, irrumpiendo por aquellos otros tiempos convulsos en la Universidad de Sevilla, donde ofrecí, de la mano de Miguel, director del ciclo, una lectura poética que derivó en un debate político con el señuelo demagógico del compromiso social por delante.
La literatura se ha convertido en algo secundario. Unamuno y su incidente con Millán Astray es más conocido y tuvo más repercusión que su obra. Y lo mismo podríamos decir de Céline o de Pound con respecto al fascismo. Por motivos políticos hoy se atiende el legado de Chaves Nogales, ignorando el de su progenitor, Chaves Rey, sevillano ejemplar y preterido, de calidades literarias tan dignas de reconocimiento.
La afición presenta un trasfondo infantiloide. Prepárense que vienen curvas: los Machado, el 27, el 29… Un poeta satírico escribió para un tiempo de oportunistas y exhibicionistas que se ha desmesurado en el nuestro: «Me he leído a mi Machado, / me he leído a mi Cervantes, / y ahora trato de explotarlos / para seguir adelante».
Caso de falsificación flagrante es el de los manuscritos rubenianos vendidos a las universidades de Arizona y Harvard. Si las universidades deben blindarse contra el fraude, también los medios de comunicación, que tienen su parte de responsabilidad.
¿Importa hoy la literatura o el negocio de la superficialidad suplantadora de la hondura? Se han perdido la honestidad y el respeto. Un excelente poeta experimental amigo, José-Miguel Ullán, del que ha aparecido a título póstumo un importante volumen que recoge sus entrevistas periodísticas, me manifestó:
—Pensaba escribir un libro sobre la poesía de Jorge Guillén, pero después de leer el que le ha dedicado Debicki en Gredos, he desistido del empeño.
Con cuánta frivolidad y ligereza se aplica hoy a cualquiera el apelativo de poeta. Recomiendo la lectura del ensayo 'Meditación de la criolla', de Ortega y Gasset, con su razonada sentencia inapelable sobre el empleo de la palabra poeta, que hoy ha perdido su valor por su recalcitrante promiscuidad.
Pero no perdamos la fe, porque existieron preclaros maestros que sembraron su huella, como Manuel Halcón y Villalón-Daoiz, que en la lista de académicos de número de la Real Academia Española (véase el Diccionario en su edición decimonovena, la de 1970) debajo de su nombre se identifica como agricultor, no como escritor. Yo, que tuve la suerte y el honor de merecer el privilegio de su amistad, testimonio que le interesaba tanto la literatura que escogió morir literariamente, sin separarse de la pesada cruz de la derecha que compartió –y debe seguir compartiendo en los verdes campos del Edén– con José María Pemán.
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