Sevilla al día
Lecciones de París
Todo lo que rodeó el destino de Carolina Marín contrasta con la actitud macarra de los marroquíes contra España
Para lo bueno y para lo malo, en las últimas horas sobrevuela la recurrente frase en blanco y negro de Bogart: «Siempre nos quedará París». Por encima de todo, París. Ha sido en el hundimiento del dolor cuando ha resurgido el mayor reconocimiento a su ... carrera, a su tesón, esfuerzo, sacrificio,... valores del deporte. Esto es muy nuestro. Sólo basta morirse para que florezcan las alabanzas que nunca escuchaste en vida. Nadie es malo cuando va camino de un camposanto.
Volvamos a París, es más poético. Ella se había roto y con ella toda España. Lejos de victorias, plusmarcas o medallas; la imagen de Carolina Marín, de rodillas, con lágrimas y el abrazo sin consuelo de su entrenador, será uno de los momentos de estos Juegos Olímpicos que quedará esculpido en la memoria. Todos hicimos propio el sufrimiento de la onubense, la ingratitud del deporte con esta andaluza capaz de hacer frente a todo un batallón oriental que acampa en los terrenos del bádminton. El camino al oro se truncaba.
Y entonces llegó una lección de olimpismo, cuyo lema 'Citius, altius, fortius' --más rápido, más alto, más fuerte-- se proyectó sobre la cancha del Arena Porte de La Chapelle, donde Carolina quería recuperar su corona. No se rindió a la primera pero la cruda realidad de su maltrecha rodilla no le dejó otra salida. En ese último juego, la jugadora china He Bing Jiao demostró empatía con la española. Sabía que aquel movimiento de la pierna derecha era la rotura del sueño para la española y una pasarela para el suyo. Y lejos de derrochar la alegría de sentirse finalista o de hacer sangre en ese último baile en la pista entre ambas, donde Carolina ya no flotaba, la contrincante jugó con el mayor honor y respeto que se le presume a un deportista. La desolación de la de Huelva era el sentimiento compartido de todos los allí presentes. Se abrazaron. He Bing Jiao jugaría la final con la fuerza de Carolina, que abandonó el pabellón andando torpemente por el doble castigo de la lesión, el físico y el mental. En esos pasos arrancaban su vuelta a la élite, donde ella «seguirá buscando sus sueños».
He Bing Jiao consiguió la medalla de plata, porque los metales se ganan, no se obtienen por conformismo como mal escribimos los periodistas. Y subió al podio con un pin con la bandera de España. 'Más rápido, más alto y más fuerte' no puede representarse el olimpismo.
Todo lo que rodeó el destino de la española en París contrasta con la actitud macarra de los marroquíes en el partido contra España, países vecinos y coorganizadores del Mundial del 2030. Vaya amistades. Ni Achraf Hakimi, nacido en Getafe y criado y formado en este país, ni su compañero Rahimi, son dignos merecedores de catalogarse olímpicos. Su chulería, burlas o mofas al portero español son rasgos de bufones que jamás alcanzarán a conocer los valores del deporte. Se hizo justicia y no habrá que ver la indigna estampa de la corona de laurel de los campeones sobre sus sienes. Siempre quedarán las lecciones de París, para lo bueno y para lo malo.
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