Sevilla al día
Estreno de ausencia
Hoy nos falta el recuadro donde se escribía Sevilla. Estrenamos las manos que tocan esta sopa de letras ahora huérfana de tinta
Hoy acaba la espera pero empieza la nueva. Es la inflexión del ciclo sentimental inapelable del sevillano, que vive en permanente nostalgia del tiempo, como escribió Montesinos, «sentaíto en la escalera /esperando el porvenir / y el porvenir nunca llega». Hoy todo está en su sitio: ... las manecillas del reloj detenidas, el sol añorado, la túnica planchada, la papeleta, los zapatos nuevos de la niña, los nervios y el escalofrío, las flores puestas y las que se desprenden de los naranjos, el olor, los abrazos, las puertas abiertas, los tramos en las columnas del templo, el lacito en la solapa y la pegatina de la Cruz de Malta, la palma en tu balcón, el beso de despedida y un mensaje de «buena estación». Hoy Sevilla inaugura el renacimiento, porque la vida es una semana y hoy todo es nuevo. Estrena la rampa por donde la ciudad alumbra su infancia vestida de pureza. Hoy la ciudad dará a luz la piedra arañada de la ojiva, los ojos del puente y el tacto de cal de Caballerizas; el sol en la sien de la Amargura, el arcoiris del Parque, el compás en Molviedro, el pan de la Última Cena y de nuevo esa misma rampa, alegoría de nuestra existencia y ocaso de ruan. Este día del orgullo por el origen y el espacio que nos pertenece, el de la filiación, es cuando el sevillano dice «yo soy» porque, al contrario que el fandango de Paco Toronjo, sí ha tenido quien le diga «tú eres».
Hoy también estrenamos su ausencia. Hoy nos falta el recuadro donde se escribía Sevilla. Estrenamos las manos que tocan esta sopa de letras ahora huérfana de tinta, manos frías que poseían la certeza de este paraíso al acariciar con la saliva de nuestros labios este papel que nos enseñó los secretos de la ciudad. Rito y regla de nuestra memoria, que hoy se nos escapa y nos hiere. Toda Sevilla está guardada en la hemeroteca de este ABC que me permito desempolvar y evocar al maestro que inventó y nos dejó como legado el tratado de la sevillanía en el que todos juramos cada Semana Santa: «Por eso hoy están todos los niños de todas las vidas, todos los niños que fuimos, jugando en la rampla del Salvador esperando pedir el primer caramelo al primer nazareno. Es que hoy empieza la vida. A partir de ese primer nazareno, todo será tan fugaz como una vida. Si la Semana Santa hoy está recién nacida, en la niñez, mañana Lunes ya será un muchacho que empieza a gallear y que esperará a una niña para ir a la Virgen del Museo por el andén». En esa metáfora de la vida de la biblia de Antonio Burgos todo estará empezando a acabar, in ictu oculi, y «cuando nos damos cuenta es ya el Sábado y estamos delante del paso de la Canina». Pero aún no ha llegado esa hora.
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