tratos y contratos
Indígenas del Arenal
Bajo su letrero de perfecta caligrafía roja y azul, latía una parte de la vieja historia del arrabal
Droguería del Arenal. Su rótulo fue un día moderno, después antiguo, y hoy ya es un adorno 'vintage' al final de la calle García de Vinuesa. Bajo la perfecta caligrafía azul y roja de aquel letrero, vivía un modesto establecimiento centenario del arrabal portuario. «Un ... hermano del Baratillo me enseñó un boletín de 1890 donde se veía que en esta esquina ya había entonces una droguería», me cuenta José Sánchez, tercera generación familiar al frente del establecimiento. Su abuelo comenzó como dependiente, en los tiempos en los que se vendía petróleo para quinqués, jabón verde «que se cortaba allí mismo en máquinas como el bacalao», desinfectante Zotal o cera para la madera de los barcos de pesca. Gracias a un préstamo de un familiar le compró primero una participación al propietario y después el negocio entero, así como el edificio regionalista que albergaba la tienda, que por entonces era una pensión. «Los toreros se quedaban en el hotel Cristina y aquí se alojaban las cuadrillas».
José Sánchez ha sido el último en custodiar el negocio. «He aguantado hasta el final, pero los clientes de siempre se mudan o fallecen, y los turistas van a Carrefour Expres… hay tres muy cerca». Me cuenta que el local se lo ha alquilado a la empresa sombrerera sevillana Padilla Crespo, que «no vende souvenirs baratos, sino productos de calidad». En el portal junto a la droguería, el tendero ha ubicado ahora un almacén en el que sigue vendiendo productos de limpieza a clientes habituales «aunque sea sin mostrador», porque todavía quedan fieles, algunos vecinos o los limpiadores de los edificios de oficinas de la zona.
José Sánchez empieza a estar inquieto con mi cuestionario, porque quiere seguir afanado en su trabajo y este columnista impertinente no se cansa de hacer preguntas a bocajarro. Pese a su prisa, nunca deja de saludar a todos los conocidos que pasan. Uno de ellos, señor añoso, se detiene a llevarse un bote de mistol. «Una vecina que es historiadora me ha dicho que deberían dejar el letrero… no es tan viejo como la droguería, pero puede tener más de sesenta años».
Las ruedas de las maletas traquetean sobre los adoquines entre el trasiego de vehículos Cabify. Los portales están colonizados por las características siluetas de una llave. Existe, sin embargo, una comunidad genuina en el arrabal que parece rodear con afecto al último regente de esta droguería de barrio. Localicé a José Sánchez cuando, después de posarme ante el escaparate cerrado de la tienda, un vecino me condujo con amabilidad al portal contiguo, donde el tendero todavía despacha. Las ciudades son dinámicas, se transforman en función de quienes las transitan… Pero los indígenas del arrabal saben que tras el modesto letrero de perfecta caligrafía azul y roja aún late una parte de su historia más real.
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