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SIN ACRITUD

Reírnos de nosotros mismos

Hemos dejado que nos ganen la partida los acomplejados, tarados mentales de la política y las redes que tienen más influencia que las personas inteligentes

Ignacio Moreno Bustamante

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La incorrección política era una bendición. Era. Porque nos la hemos cargado. Antes podíamos llamar calvo al calvo, cojo al cojo, mariquita al mariquita, cabeza al cabezón (ahí cataba un servidor), negro al negro y tartaja al tartaja. Si el negro, el calvo, el ... cojo o el mariquita en cuestión era persona inteligente y afable, se reía. Y buscaba algún rasgo –todos lo tenemos, bien físico, bien psíquico– por el que reírse de ti. Que en realidad era reírse contigo. Incluso más allá del humor, hasta los insultos más graves, según cómo se dijeran, podían ser en realidad una muestra de afecto. O de admiración. Un «qué cabrón» después de un golazo por la escuadra podía ser la mayor muestra de idolatría posible. Pero vivimos tiempos de pobreza intelectual. Miseria azuzada por políticos y líderes de opinión mediocres, habitualmente de izquierdas. De esa izquierda radical que no se cansa de dar lecciones de buenismo. A eso añádale usted lo peor de las redes sociales y ya tiene una bola imparable. Nos han puesto una mordaza en la boca. Hemos dejado que nos la pongan. Hemos dejado de reírnos de nosotros mismos, que es un ejercicio sanísimo. Todo es una ofensa. Los cansinos y acomplejados nos han ganado la partida. Hoy día sería imposible disfrutar de personajes de ficción míticos como Michael Scott en 'The Office' o Mauricio Colmenero en 'Aída'. Imposible.

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