SIN ACRITUD
La grandeza de Antonio Burgos
Para este periodista gaditano conocerle y comprobar de primera mano su calidad humana fue algo impagable
Cuando en el año 94 el Gobierno le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo a José Luis Sánchez Polack 'Tip', su reacción estuvo a la altura de lo que se esperaba de un auténtico genio del humor como él: « ... Estoy muy agradecido, anonadado. No sabía que el ministro José Antonio Griñán era una persona tan inteligente» Así lo contaba en la tele en el programa 'Este país necesita un repaso' que dirigía José Luis Coll, heredero del mítico 'Debate sobre el estado de la nación' de Luis del Olmo. Junto a Tip y Coll se sentaban a debatir –ojo al cartel– Antonio Mingote, Chumy Chúmez, Alfonso Ussía, Miguel Durán y, por supuesto, el maestro Antonio Burgos. Sólo por las carcajadas que le arrancaban a mi padre, todos y cada uno de los miembros de esa mesa tendrán mi eterno agradecimiento. Justo en aquella época comenzaba mis estudios de Periodismo aquí en Sevilla. Puede usted imaginarse los ojos con los que un joven aspirante a contador de cosas miraba a aquellos monstruos de la comunicación, cada uno en su faceta y con sus peculiaridades. Todos ellos me parecían auténticos genios. Su sentido del humor, su agilidad mental, sus críticas mordaces, ácidas, certeras, me maravillaban. Quizá por cercanía –un gaditano en Sevilla– quien más admiración me despertaba era Antonio Burgos. Le leía en ABC, le veía en la tele y me encandilaba. Obviamente, esa cercanía con él era simplemente geográfica. Aún no le conocía de nada y nos separaban ingentes toneladas de experiencia y brillantez. Era una especie de amor periodístico–literario–platónico lo que sentía hacía él, si es que tal cosa puede existir. Un ejemplo a seguir.
No fue hasta varios años después cuando tuve el inmenso honor y placer de conocerle. Fue en un acto organizado por esta casa y me dejó de piedra (ostionera) al hablarme de varios artículos míos que había leído en LA VOZ de Cádiz. Estuvo amabilísimo, humilde hasta el extremo, y me dedicó unas palabras que guardaré para mí por puro pudor. Don Antonio Burgos me leía y me animaba a seguir siendo «combativo» en defensa de Cádiz. La sensación que me dejó aquel día la llevaré conmigo hasta el fin de mis días. Desde entonces mantuvimos contacto, hablábamos, nos mensajeábamos y hasta me felicitaba en mi onomástica. Perdón por hablar de mi experiencia personal, pero no se me ocurre mejor forma de explicar la inmensa humildad que desprendía todo un mito del articulismo. De poner palabras a la sensación que produce el hecho de que alguien de su talla intelectual te pida, durante una visita a Cádiz, que le hables de la ciudad que le adoptó. Que a escasos metros de la piedra (ostionera también) en la que está incrustada la placa que lleva su nombre y con el Castillo de Santa Catalina de testigo, sea él quien te fría a preguntas sobre carnaval como si fueras tú quien pudiera enseñarle algo a él y no al revés.
Descanse en paz maestro. Gracias infinitas por tantas lecciones. Eterno agradecimiento por el poso dejado en aquel joven periodista que una vez soñó con conocerle. Por su inmensa modestia.