SIN ACRITUD
No hay debate
Deberíamos dejar de llamar debate a lo que a la postre no es más que un show en el que cada uno suelta su mantra
Cualquiera dice lo contrario. Imposible en este país de impostura. Al revés. Se nos llena la boca. A todos. Que en esto sí que nos ponemos de acuerdo. Hay que debatir. Debatir. Debatir. Los políticos tienen que debatir.Debatir es el máximo exponente de una ... democracia consolidada como la nuestra. Cualquiera se niega a debatir. Quizá siete debates sea excesivo. Pero un par de ellos nos caen seguro. Debatir. De tanto repetirlo hemos gastado el concepto. Lo hemos sobado, manoseado, hasta perder su sentido. Porque de unos años para acá, lo que hacen los políticos en los debates es cualquier cosa menos eso. Hemos, han, prostituido una palabra preciosa. Una práctica que efectivamente debería ser uno de los pilares de la política de cualquier país. Pero no lo es. Ya nadie debate. Ni en el Parlamento ni mucho menos en una televisión. Elija usted cualquiera de los emitidos en los últimos 20 años. Cada candidato, el que sea, llega al plató acompañado de un ejército de asesores que cuidan hasta el último detalle: vestimenta, reloj, peinado, maquillaje, color del bolígrafo, pulseritas, vaso de agua... Y cuando ya todo lo superfluo está controlado y empieza lo de verdad, descubrimos que no hay nada de nada. Todos vienen con su argumentario aprendido, con sus apuntes de los que no se salen ni un ápice. Nadie debate, nadie escucha al otro, nadie intercambia ideas. Por supuesto nadie trata de entender la postura del rival político sobre un tema u otro. Todo se basa en repetir los mantras y tratar de desprestigiar al oponente. Por supuesto, al acabar, todos consideran que han salido vencedores del envite. Y lo peor de todo, lo realmente trágico, es que ni uno solo de los espectadores habrá cambiado el sentido de su voto después de una hora, o más, de escuchar lo que ya sabía de antemano que iba a escuchar. Eso no es debate. Es otra cosa.
Un debate era, qué sé yo, 'La Clave'. En aquel programa –que seguro que recuerda porque intuyo que si está leyendo esto no es usted precisamente un Millenial– se elegía un tema y se emitía una película sobre el asunto en cuestión. En realidad esa era la excusa para que José Luis Balbín invitara a políticos de todo pelaje a intercambiar ideas y reflexiones. Y se intercambiaban ideas y reflexiones. A porrillo. Se argumentaba. Se respetaban los tiempos sin necesidad de cronómetros. Había cordialidad. Y sobre todo un alto nivel intelectual. Intuyo que la audiencia era bajísima. En aquellos años de la Transición y primeras libertades cabe suponer que a los españoles se les ocurrían mejores planes para pasar el viernes por la noche. Pero del mismo modo estoy convencido de que quien lo veía con asiduidad se enriquecía como persona.
Hoy los 'debates' –procede ya entrecomillarlo– políticos están a la altura de 'Mujeres y Hombres y viceversa', 'Sálvame' o 'La Isla de las Tentaciones'. Así que ya pueden pactar cuantos encuentros quieran. De nada servirán. Los veremos. Por el morbo. Por saber qué pulserita lleva Pedro Sánchez. Pero ya le digo que no cambiará en absoluto el resultado de las elecciones del 23J.
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