EL PLACER ES MÍO
Si yo fuera Biden…
Me dedicaría al exclusivo gobierno de la más valiosa de las libertades: la privada
Me retiraría completamente de la esfera política. Renunciaría a cualquier tipo de acompañamiento o tutelaje sobre los que fueran a continuar mi labor. No respondería a llamada alguna de los medios y desaparecería de las redes sociales. Recuperaría la plena soberanía sobre mis días y ... me afanaría en el exclusivo gobierno de la más preciosa de las libertades, la privada, y el más valioso de los dones: el tiempo.
Me haría con un número nuevo de teléfono y traspasaría de la antigua agenda únicamente los contactos imprescindibles para una vida gozosamente íntima. Buscaría una casa cerca del mar, no demasiado grande, sólo lo suficiente para recibir de vez en cuando a esos amigos con los que uno puede sentirse a gusto sin fingir ni preocuparse de lo que se ha dicho o dejado de decir. Con un pequeño jardín para conversar y vivir como un epicúreo, ajeno a los excesos, deleitado por los pequeños placeres que brinda la existencia, en continuo asombro por el milagro de vivir.
Dedicaría una habitación de esa casa a los libros, y me daría el capricho de llamar a un carpintero para que me construyera una librería de suelo a techo, destinada a la ruinosa finalidad de acoger volúmenes por los que nadie pagaría nada si no fueran volúmenes subrayados y anotados por el ex presidente de los Estados Unidos. Me haría una lista de novelas y ensayos por releer, y otra de novelas y ensayos no leídos, e iría tachando los títulos de esa lista, siguiéndola y saltándomela a placer, rescribiéndola continuamente a partir de la bibliografía de las lecturas completadas y de las recomendaciones de otros amigos. No habría día sin lectura, ni día sin paseo.
Caminaría al menos tres horas cada jornada, a ser posible por senderos asomados a la inmensidad del Atlántico, y lo haría a la salida del sol y a su caída. Y, entre caminata y caminata, ejercería, o al menos lo intentaría, el poder de hacer el bien en lo cotidiano: cuidar a la persona amada, mantener limpia la casa, ayudar a los hijos, recibir a los nietos, conocer mejor a los desconocidos, ofrecer siempre una palabra amable, dar las gracias por cada servicio recibido, desechar la impaciencia, ponerme en la piel del otro, y practicar ese sutil equilibrio entre interesarse y dejar vivir.
Si fuera Biden, repararía en la feliz coincidencia del anuncio de mi retirada con la fecha del calendario en la que estamos, el pórtico de agosto, cuando los días siguen siendo azules y soleados, pero empiezan ya a acortarse, como si quisieran recordarnos la inminencia del otoño y la fugacidad de la vida. Pensaría que a todos nos llega ese momento, y lo afrontaría con entusiasmo y expectación por lo desconocido. Tras la decepción inicial, me mostraría agradecido a quienes me empujaron a la salida, haciéndola más digna.
Si fuera el próximo presidente saliente de Estados Unidos, me preguntaría aliviado cómo no dejé de serlo bastante antes y me sentiría el jubilado más jubiloso del mundo.
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