TRIBUNA ABIERTA
Confianza en el futuro
Es regla común confirmada por la experiencia que la desconfianza genera desconfianza y la única y paradójica forma de invertirla es responderla con una confianza inmerecida

«La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor» Son palabras de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que nos ha recordado el Papa Francisco en una exhortación apostólica con motivo del 150 aniversario de su nacimiento. ... Me ha reconfortado leer el contenido de esta exhortación en unos momentos que no parecen precisamente invitarnos a la confianza sino a lo contrario, en los que el catastrofismo está cada vez más instalado en la opinión pública, y en los que todos empezamos a sentir dudas sobre el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos y sobre la propia condición moral del ser humano. Y sin embargo, el respeto de los derechos humanos sólo es posible desde la confianza de que todos somos merecedores de ellos.
Ya en otras ocasiones he escrito que no es el temor lo que hace la ley, sino la confianza, y concretamente la confianza en que la convivencia es posible. Si el temor a la actuación del prójimo fuera la pauta universal, no habría Estado de Derecho que se sostuviera: sería el conflicto y la ley del más fuerte la única forma de regular la vida en común (que no sería en común, sino en litigio permanente). Ese razonamiento puede y debe extrapolarse más allá del ordenamiento jurídico. No es la sospecha (y el temor asociado a ella) lo que nos hará avanzar como sociedad, sino contrariamente la confianza en quienes nos rodean, a pesar incluso de los síntomas y las evidencias inmediatas, la que nos propulsará hacia un futuro mejor.
«Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que (…) nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos», escribe el Papa Francisco, valorando el aprendizaje fundamental que podemos recibir de la vida de la santa Teresita, para quien esa confianza era confianza en Dios y su manifestación externa más perfecta, las obras de amor al prójimo. Sin embargo, pienso que no hace falta ser cristiano, ni siquiera creyente, para apreciar el valor que estas palabras tienen, y la enorme sabiduría que atesoran.
Una sabiduría que no es difícil atestiguar en la vida cotidiana. Aunque la confianza es a veces traicionada, muchas más veces resulta correspondida. Inversamente, es regla común confirmada por la experiencia que la desconfianza genera desconfianza y la única y paradójica forma de invertirla es responderla con una confianza inmerecida. Dicho de otra forma, recibimos lo que damos y la única forma que tenemos de fomentar la confianza es la de ser confiados, aún a riesgo de ser engañados o decepcionados por ello. Con el temor instalado en nuestra frente, con el pensamiento reconcentrado en nuestros propios intereses, con la única preocupación de blindarnos de las amenazas externas, nos privamos no ya cualquier alegría sino de cualquier posibilidad prometedora de futuro.
Siempre que la humanidad ha avanzado, lo ha hecho empujada por el viento favorable de la confianza. Y, sí, es cierto: se han reunido en estos días muchas noticias de alcance internacional, nacional e incluso local que no invitan precisamente al optimismo, ni tampoco al aprecio que nos debemos como seres humanos. Pero no podemos bajar los brazos ni dejarnos consumir por la tristeza. No debemos permitirnos que nuestros jóvenes se vayan a la cama abrumados por la desesperanza, ni nuestros mayores por la angustia. No nos debemos permitir el cinismo ni el escepticismo sobre la condición humana, que tan frecuentemente desembocan en nihilismo. Ahora más que nunca necesitamos creer y confiar.
Desde las convicciones religiosas o sin ellas, necesitamos creer en el futuro y confiar en las personas. Necesitamos confiar incluso a pesar de todo, a pesar de los hechos que invitan a la desconfianza, porque, como decía antes, sólo la confianza es capaz de revertir la sospecha, el temor y el individualismo egoísta. Solo a través de la confianza podemos abrirnos a los demás y construir unas condiciones adecuadas para la convivencia. Spinoza decía que nunca hay demasiada alegría, que el exceso de alegría no existe. Pues bien, de la confianza podría decirse algo parecido. Y aunque alguien individualmente pueda pagar por un exceso de ella, de su bendita inocencia acaba beneficiándose la sociedad entera.
«La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz», escribe el Papa Francisco, admirando el ejemplo de la niña santa. Y esas palabras me han parecido tan certeras como oportunas para iluminar el horizonte de oscuridad en el que nos sentimos envueltos.
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