Tribuna Abierta
¿Podemos evitar la tormenta perfecta?
Hay muchísimo debate y confusión sobre qué es lo que se puede hacer en términos de política económica

«El crecimiento acabó aproximadamente el 16 de octubre de 1973…» Robert Gordon (2016)
Evidentemente es un poco desconcertante la afirmación de un macroeconomista reputado como Robert Gordon. Sin embargo, es cierto que en el último medio siglo, en Occidente, generalmente sólo se ha crecido ... con base en burbujas crediticias e inmobiliarias. Aquí viene a colación la hipótesis del estancamiento secular del economista de Harvard, Alvin Hansen (1938), que la enunció como la incapacidad de la inversión privada de absorber totalmente el ahorro privado. Esta tesis sigue siendo defendida en la actualidad por otro Doctor de Harvard, Larry Summers. Una de las consecuencias económicas de la pandemia de la Covid-19 ha sido la generación de un ahorro forzoso. Además, en un contexto de incertidumbre como el actual, la inversión termina resintiéndose y, por tanto, la demanda insuficiente va a ir asociada a tasas de crecimiento económico reptantes y muy alejadas de las que se dieron en el periodo 1945-1973.
El efecto solapado de dos shocks de oferta, la pandemia de la Covid-19 y la invasión rusa a Ucrania, está provocando que las principales economías estén entrando en un período prolongado de escaso crecimiento y elevada inflación. Así, está apareciendo en el horizonte el fantasma de la estanflación. Este concepto hace referencia a un escenario de estancamiento de la economía que convive con una inflación persistente (la cual, en España, ya ha alcanzado los dos dígitos). Además, como apuntilló John Maynard Keynes, la confianza es una variable económica clave; y el contexto actual está impregnado de mucha incertidumbre. Es la «tormenta perfecta».
El término fue acuñado en 1965 por el ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, quien, en un discurso ante el Parlamento en dicho año, afirmó: «Ahora tenemos lo peor de ambos mundos: no sólo inflación por un lado o estancamiento por el otro, sino ambos juntos. Tenemos una especie de estanflación». Para complicar todavía más el puzle, el euro ha sufrido una depreciación sin precedentes y para países importadores de petróleo, como es el caso de España, esta situación provoca que se eche más leña al fuego: se importa más inflación.
Ante esta situación general, hay muchísimo debate y confusión sobre qué es lo que se puede hacer en términos de política económica. La confusión es especialmente preocupante respecto a la política monetaria. Es evidente que sobrevuela el fantasma de una inflación persistente en el área del euro, y, en principio, el BCE no ha tenido más remedio que actuar, aunque, dicho sea de paso, lo ha hecho bastante tarde respecto a la Fed. Ahora bien, hay que dejar muy claro que una subida de los tipos de interés no es el remedio cuando tenemos una inflación de costes, como la actual. El refranero popular es sabio: «¿Qué dedo me corto que me duela menos?». El punto de partida para enfrentar desafíos es reconocerlos. Eso implica aceptar la realidad del estancamiento secular y de la cercanía a la estanflación.
En consecuencia, hay que focalizar los debates sobre políticas públicas en los retos que dicha realidad nos plantea. Se podría argumentar, por ejemplo, que las teorías macroeconómicas dominantes, que fundamentaron las políticas de austeridad de 2010; causaron directamente una recesión generalizada (2012-2013), con unos costes económicos y psicológicos, asociados a las malas ideas, de una magnitud incalculable. Así, el paradigma económico dominante lleva tiempo dando signos de agotamiento, quizás porque se basa en modelos que no se ajustan a la realidad económica que estamos viviendo; ¿cómo serán afectados los países del sur de Europa, como España, ante la subida desesperada de los tipos de interés, por parte del BCE? y ¿es tan alta la probabilidad que se le puede asignar a una crisis de deuda? Por otro lado, en países como España, con una ratio deuda pública/PIB completamente disparada, el margen para la actuación de la política fiscal es completamente nulo.
Una vía, bastante prometedora, para evitar la crisis económica que ya está asolando a millones de españoles, consiste en mejorar significativamente la calidad del empleo, cuestión verdaderamente alarmante en España (por ejemplo, la generalización de los bajos salarios, ha generado en España una bolsa insostenible de «trabajadores pobres»). Asimismo, como ya se ha constatado en las grandes empresas tecnológicas, pero también en muchas pymes españolas, un trabajador feliz es la antesala de aumentos sostenidos de la productividad (Teoría de los Salarios Emocionales). Como sabemos, a mayor productividad, menores costes laborales unitarios y, por tanto, menores precios. Así, las empresas españolas deben abandonar definitivamente su miopía y su cortoplacismo.
Para finalizar, creemos que tenemos que releer a Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, los cuales reaccionaron intelectualmente a la crisis financiera de 2008 con un magnífico libro: Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera (2011). Esperemos que esta vez (hoy) sea distinto, pero saliendo mejor parados de lo que lo hicimos en el periodo 2008-2014.
(*) Francisco Gómez García es profesor del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad de Sevilla
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