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Chestertonianos

Para comprender la magnitud del magisterio chestertoniano de Borges debo referirme a sus maestros y discípulos, todos devotos de G. K. Chesterton

Celebramos los 150 años del nacimiento del gran G. K. Chesterton, efeméride que ha tenido más repercusión en el mundo de habla hispana que en el ámbito de la lengua inglesa. Sólo en España, en menos de un mes he participado en un homenaje a ... Chesterton en la Feria del Libro de Sevilla —dialogando con Abelardo Linares y José Julio Cabanillas— y en Madrid, en las Jornadas «150 años de Chesterton: su legado en el mundo hispánico», organizadas por la Fundación Ángel Herrera Oria, que bajo la dirección del poeta Enrique García-Máiquez nos reunió en la Universidad CEU San Pablo a Fernando Savater, Andrés Trapiello, Julio Martínez Mesanza, Juan Manuel de Prada y Rafael Sánchez Saus, entre otros. ¿Por qué Chesterton es un autor esencial para nosotros, lectores hispanohablantes? Como mi cometido fue hablar de Chesterton en América Latina, no puedo ser más rotundo: porque Jorge Luis Borges nos hizo chestertonianos.

Gracias a Borges, los lectores de América Latina nos convertimos en lectores de Chesterton, pues le dedicó tres notas en la revista 'Sur': «Los laberintos policiales y Chesterton» (1935), «Modos de G.K. Chesterton» (1936) y «The End of the Armistice» (1940); reseñó 'The Paradoxes of Mr. Pond' y 'Authobiografy' en la revista femenina 'El Hogar' (1937); tradujo el poema «Lepanto» en la revista 'Sol y Luna' (1938); publicó el ensayo «Sobre Chesterton» en 'Otras inquisiciones' (1960); sembró de referencias chestertonianas las conferencias que impartió en Harvard en 1967 ('Arte poética', 2001), y prologó 'La cruz azul y otros cuentos' (1985), por no hablar de su fetiche: la undécima edición de la 'Enciclopædia Britannica' (1911), que contaba con varias entradas redactadas por el propio G. K. Chesterton. No obstante, para comprender la magnitud del magisterio chestertoniano de Borges debo referirme a sus maestros y discípulos.

Borges veneró a regañadientes a Unamuno y celebró reverente al mexicano Alfonso Reyes y al dominicano Pedro Henríquez Ureña. Los tres admiraron incondicionalmente a Chesterton. Unamuno prologó 'Sobre el concepto de barbarie' (1915), mientras que Alfonso Reyes tradujo y prologó 'Ortodoxia' (1917), 'El hombre que fue jueves' (1919), 'Pequeña historia de Inglaterra' (1920) y 'El candor del padre Brown' (1921), amén de incluirlo en su libro de ensayos literarios 'Grata compañía' (1948). Por último, en su ensayo 'Chesterton' (1936) Henríquez Ureña casi clavó el canon borgeano de la literatura inglesa: Kipling, Shaw, H. G. Wells y el propio Chesterton. Borges fue chestertoniano como sus maestros, pero hizo chestertonianos a Julio Cortázar y Guillermo Cabrera Infante.

El cubano Cabrera Infante esparció moneditas chestertonianas por 'Un oficio del siglo XX' (1963), 'Tres tristes tigres' (1967) y 'Mea Cuba' (1992); pero Cortázar tradujo 'El hombre que sabía demasiado' (1946) y el poema «The Donkey», publicado en 'Anales de Buenos Aires' (1947). La lista sería mucho más larga, pero bastan estos nombres para saber por qué somos chestertonianos en América Latina.

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